Dijo Charles Bukowski que ”la diferencia entre
una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes
votar antes de obedecer las órdenes”. Una vez que unas cosméticas
elecciones presidenciales proclamaron vencedor al nuevo héroe nacional,
Abdel Fattah Al-Sisi, Egipto bien puede definirse a sí mismo como
democracia, una en la que no obstante las órdenes ya tenían que ser
obedecidas antes de las urnas, y ello en un entorno de completa
arbitrariedad. El golpe de estado del 3 de julio de 2013, seguido por
las masacres del pasado mes de agosto, llevó a muchos a hablar de un
retorno a la casilla de salida, esta última representada por la Plaza
Tahrir que un puñado de jóvenes revolucionarios decidieron ocupar el 25
de enero de 2011, sentando las bases para una Revolución que inspiraría a
jóvenes y no tan jóvenes a lo largo y ancho del planeta. Precisamente
de Ucrania, un país en donde millones de idealistas nos han vuelto a
recordar el peso de los valores y principios que muchos damos por
sentados, viene un proverbio que en Egipto cobra un enorme sentido: “son
los genios los que preparan la revolución, los románticos los que la
hacen, y son los pajarracos los que de ella se aprovechan”. Y no es
casualidad que un pájaro se erija en símbolo de aquellos – el Ejército
egipcio – que han demostrado haber sido más previsores y cautelosos que
nadie para tomar de nuevo las riendas de un país que nunca dejaron de
dominar desde las bambalinas.
Resulta cuanto menos paradójico que el propio Al-Sisi prometiera durante su entronamiento el pasado 8 de junio
dar forma a un estado inclusivo. Consciente de que Egipto – un país en
el que el sectarismo no es, al contrario de lo que ocurre con muchos de
sus vecinos – el rasgo definitorio de su sociedad, da cabida hoy a una
sociedad profundamente polarizada. Su nuevo rais se comprometió a
construir una sociedad “donde cada parte escucha a la otra con
imparcialidad, donde nuestras diferencias son enriquecedoras”. Días
después, miles de egipcios se despertaron sorprendidos ante el cierre de
varios establecimientos de una famosa cadena de supermercados cuyo
propietario está supuestamente vinculado con los Hermanos Musulmanes. El
propio Al-Sisi, durante su campaña electoral, se comprometió a
continuar en su ofensiva contra los Hermanos. Desde la masacre de Rabia
Al Adawiyya de 14 de agosto de 2013, cientos de presuntos simpatizantes –
se estima que unos 3.000 – de los Hermanos han sido asesinados, y más
de 16.000 miembros de la Hermandad acusados de traición y enaltecimiento
del terrorismo han sido detenidos.
También durante estos últimos días ha sido condenado a 15 años de cárceluno de los revolucionarios y activistas
más conocidos del país, Alaa Abdel Fattah. Allí podrá unirse con otros
egipcios famosos por luchar en pos de la libertad contra cualquier
autoridad en el poder. Egipto está siendo testigo de una clara situación
de deterioro de los derechos humanos, en particular a la vista de la
detención indiscriminada de opositores y activistas políticos, muchos de
los que cuales ni siquiera pertenecen a la Hermandad Musulmana. El
pasado mes de noviembre fue aprobada una polémica ley anti-protesta,
una regulación que ha llevado a la detención y condena de miles de
personas, con ejemplos como el del sonado caso de Ahmed Maher,
co-fundador del movimiento 6 de abril, el cual ha sido posteriormente
prohibido. El acoso al que se ven sometidos académicos, jóvenes
revolucionarios y estudiantes universitarios que han osado levantar su
voz contra el régimen no ha hecho sino aumentar en los últimos meses.
Para muestra, un botón: Amr Hamzawy, uno de los políticos e
intelectuales liberales más destacados de Egipto, fue acusado de
insultar al poder judicial en un tweet en el que se limitaba a
criticar una sentencia en contra de tres ONGs estadounidenses. Muchas
organizaciones de la sociedad civil, como el Centro Egipcio para los
Derechos Económicos y Sociales (cuyas oficinas fueron allanadas y cuyos
miembros fueron detenidos y algunas de las trabajadoras incluso acosadas
en diciembre pasado), han sido hostigadas y amenazadas. Según el índice de democracia de Freedom House, la situación en Egipto se ha deteriorado o estancado con respecto a todos los indicadores.
El ambiente también se ha deteriorado enormemente en lo que al trato recibido por la prensa
se refiere. No se trata sólo de que los periodistas sean incapaces de
siquiera ponerse en contacto con los responsables de la campaña de
Al-Sisi, sino deejemplos como el del periodista Abdullah Elshamy, al
borde de la muerte como consecuencia de una huelga de hambre de más de
100 días por haber sido encarcelado injustamente acusado de pertenecer a
un grupo terrorista y difundir noticias falsas. Otros tres periodistas
de Al Jazeera, junto con otros 17 acusados, están siendo juzgados por
difamación y apoyo a los Hermanos Musulmanes de Morsi, y se enfrentan a
cargos que han provocado la indignación internacional. Se trata también
de periodistas extranjeros inocentes, golpeadas con saña en
manifestaciones, acusados de difundir mentiras en sus países acerca de
la objetividad del proceso de transición. Justo después de que la
constitución fuera suspendida el pasado 3 de julio, las fuerzas de
seguridad ya cortaron la señal de todos los medios de comunicación
considerados islamistas y allanaron sus oficinas en una ofensiva que
llevó a la posterior detención de los primeros periodistas.
Egipto se erige hoy en día en un ejemplo de lo que podría llamarse “justicia selectiva“.
El mundo entero se acongojó cuando el pasado marzo tanto el líder de
los Hermanos Musulmanes, Mohammed Badie, como 622 de sus seguidores
fueron condenados a muerte por el tribunal penal de Minya, que confirmó
la sentencia de muerte para 37 de los mismos. El resto fueron
encarcelados de por vida en un juicio que ha tenido secuelas y que en
esta ocasión sólo duró unos pocos días y se desarrolló en dos sesiones
sin siquiera escuchar los argumentos de la defensa. El propio fiscal
declaró hace unos pocos días que el proceso no había tenido sentido
alguno. El Gobierno de Egipto afirma que su poder judicial es
independiente, y lo peor del caso es que esa parece ser la verdad: los
jueces egipcios no hacen sino representar a una (vociferante) mayoría de
la población, a la que se ha lavado el cerebro a base de declaraciones
oficiales, propósitos demagógicos y programas de dudosa objetividad
retransmitidos por la televisión pública.
Estos no son sin embargo los desafíos a los que la prensa hace referencia con mayor énfasis. Y es que la economía de Egipto
– aún controlada en aproximadamente un 30% por el poderoso Ejército –
se encuentra hoy en un estado aún peor de lo que estaba hace un año. Las
subvenciones a los combustibles y alimentos no son ya sostenibles, algo
que se ha convertido en la norma en muchos países de la región. El
turismo y la inversión extranjera siguen siendo quasi
inexistentes. El déficit presupuestario sigue siendo peligrosamente
alto. También lo es la tasa de desempleo, que día tras día amenaza con
llevar de nuevo a los egipcios a tomar las calles. Aunque existe la
posibilidad de que se reanuden las negociaciones con el Fondo Monetario
Internacional, las condiciones que impondrá la organización serán
draconianas y tendrán un impacto no desdeñable en el día a día de los
ciudadanos egipcios. En el ínterin, mientras se predica a diestro y a
siniestro la necesidad de que los egipcios se sacrifiquen bajo el
emblema de la austeridad, a pocos se les escapó que el salario del Presidente ha aumentado en un 950%. La corrupción sube así puestos en la lista de las principales preocupaciones de los egipcios de a pie.
En el plano geopolítico, Egipto le llevará unos años recuperar su posición de líder del mundo árabe.
Basta con echar un vistazo a los más fieles aliados de Egipto hoy en
día: Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos – cuyo apoyo a los Salafistas
no ha pasado desapercibido -, países que han canalizado enormes
cantidades de dinero para apoyar al régimen militar. Antes de ellos lo
hacía Qatar, cuya vinculación con los Hermanos Musulmanes ha sido uno de
los principales motivos que han llevado al pequeño país del Golfo –
cuyo papel a comienzos de la Primavera Árabe es más que destacable – a
enemistarse con gran parte de sus vecinos. Y antes de ellos lo hacían
los Estados Unidos, cuya “ayuda militar” fue ideada como poderosa
garantía del Acuerdo de Paz entre Egipto e Israel de 1979. Egipto fue un
gran imperio y sus habitantes siguen sintiéndose hoy herederos de los
faraones. Gran parte de esta gloria pasada fue recuperada en los tiempos
de Nasser y auge del panarabismo. Parece hoy Egipto demasiado
angustiado por recuperarse de la inestabilidad interna como para
preocuparse por influir en la multitud de acontecimientos que le rodean.
Por último, pero no menos importante, resulta hoy casi imposible hablar de Egipto sin hacer alusión a la situación de la mujer.
El régimen hizo saltar las alarmas cuando millones de espectadores
reaccionaron con rabia e indignación ante un vídeo que circulaba por
YouTube y mostraba a una joven desnuda y ensangrentada tras haber sido
violada por un grupo de hombres en plena celebración del comienzo del
reinado de Al-Sisi, acontecimiento no aislado que precisamente tuvo
lugar en la plaza que tantas ilusiones despertó en el pasado. No sólo
violaciones de ese calibre, sino casos de acoso sexual son más
corrientes de lo que nadie podría imaginar, e incluso hay estudios que
afirman que 9 sobre 10 mujeres se han visto en esa situación al menos
una vez en su vida. En una sociedad en la que las mujeres van a la
universidad, trabajan y participan en la vida pública, resulta cuanto
menos sorprendente que su estatus y dignidad se vean puestos en
entredicho día tras día. Las causas, según los expertos, son varias: una
educación insuficiente o inexistente en este sentido, la frustración de
los hombres egipcios, la religión, la imposibilidad de muchos jóvenes
de casarse bien pasados los 30…
El
nuevo Presidente de la República Árabe de Egipto tiene pues ante sí un
panorama desolador en el que destacan tareas cuanto menos sisíficas. Muy
a su pesar, e independientemente de la intensidad con la que prosiga la
lucha contra los Hermanos Musulmanes, parece improbable que se consiga
acabar con una organización creada casi un siglo atrás y que ha conocido
represión y persecución la mayor parte de su historia. Tampoco será tan
fácil silenciar a una población que hoy en día ansía la estabilidad y
la tranquilidad más que nada en el mundo, pero que tanto en 2011 como en
2013 descubrió el poder que era capaz de ejercer y se atrevió a
cuestionar lo que sus autoridades decidían. Una población que tarde o
temprano se dará cuenta – si no lo han hecho ya – de la necesidad de
reconciliación que obstaculiza el proceso de reconstrucción de un
verdadero estado del que puedan volver a sentirse orgullosos. Quizás
Al-Sisi sea el héroe del momento, quizás su imagen aún reluzca en
paneles, pósters y camisetas vendidos en cualquier esquina. Pero sus
“súbditos” han demostrado que son ciudadanos de un país en el que no
puede darse nada por sentado.
Este texto fue publicado por United Explanations el 9 de julio de 2014.
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