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Elecciones en Israel: ¿existe vida después de Netanyahu?

Hace tres meses Binyamin Netanyahu intentó convocar elecciones legislativas anticipadas, henchido de orgullo por la ‘Ley Nacional’ que pretendía ver aprobada y convencido de que sus ciudadanos reconocerían los esfuerzos que el Primer Ministro estaba llevando a cabo en pos de su bienestar y paz futuros, libres de árabes e incluso palestinos incómodos. Hoy por hoy, Bibi no parece tan satisfecho ni confiado. Las últimas encuestas sugieren que Isaac Herzog, líder del partido laborista -hoy mas al centro que a la izquierda del espectro político- en la alianza llamada ‘Unión Sionista’ con Tzipi Livni, está tomando un enorme impulso. A pesar de ello, también nos informan de que una quinta parte de los votantes se declaran aún indecisos. Algo en lo que coinciden sondeos y expertos es que cada vez más israelíes se declaran partidarios del ‘cualquiera antes que Bibi’.
Las peculiaridades del sistema electoral de Israel hacen muchas veces inútil tratar de prever cuál será el gobierno tras las elecciones de hoy. Llaman la atención los sobresaltos que los candidatos se han guardado en el bolsillo para el último momento: mientras que Netanyahu ha dejado bien claro que no será testigo de la creación de ningún Estado palestino, Livni ha hecho caso omiso de lo jurado y perjurado hasta ahora -un sistema de relevo con su compañero de alianza- y se ha postulado como única candidata a jefa de gobierno. Quizás no sea tan descabellado el que éstas elecciones a la vigésima legislatura de la Knesset se postulen como las que realmente cambiarán el país, o cuanto menos los comicios más emocionantes en años.

En Israel es el ‘hacedor de reyes’ quién en realidad se las lleva a todas de calle. En este marco político, el líder del partido que obtiene más votos no se convierte necesariamente en primer ministro. Lo realmente importante es la capacidad de formar una coalición de al menos 61 escaños (la mitad más uno en la Knesset) -necesarios para superar una moción de censura. Ejemplo de ello es la propia Livni en 2009, que superó en votos a Netanyahu pero no fue capaz de dar salida a una coalición viable. Todo apunta a que, a pesar de la ligera ventaja laborista, es hoy el Likud, el partido de Binyamin Netanyahu, el que mejor parado sale con este sistema, al existir a su alrededor más de un ‘aliado natural’ entre aquellos que comparten gran parte del calibre ideológico de Bibi y los suyos. No es menos cierto sin embargo que los antiguos aliados de Netanyahu -Avigdor Lieberman, Naftali Bennett y Moshe Kahlon- han hecho flaco favor a su causa estos últimos años, y más bien han conseguido fracturar el voto de la derecha intentando acercarse a la ciudadanía y templando sus posturas más radicales. Lo que resulta más sorprendente aún es que dos de ellos hayan declarado estar dispuestos a negociar con la izquierda, a sus antípodas en lo que a la causa palestina -y otras- se refiere, una coalición futura.
Por mucho que Bibi pretendiera todo lo contrario, su discurso ante el Congreso estadounidense no le procuró el espaldarazo de votos que obtuvo en 1996 y 2009, en estas ocasiones gracias a la alarma pública generada por Hamas y la guerra en Gaza. Y es que aunque nadie duda hoy de que si Netanyahu convence a los israelíes en algo es en el ámbito de la seguridad. Sobre todo teniendo en cuenta la limitada experiencia beligerante de sus rivales. Aún así, la realidad es que la guerra en Gaza del pasado verano empañó más que reafirmó estas credenciales de Netanyahu. No es menos cierto además que la seguridad no se erige hoy para los israelíes como máxima prioridad, o al menos no tanto como la creciente desigualdad, el inabarcable precio de la vivienda o la influencia excesiva que tienen algunos millonarios como Sheldon Adelson -y sus medios de comunicación- sobre el partido en el poder.
El pasado 6 de marzo, miles de israelíes se concentraron en la plaza Rabin de Tel Aviv para pedir un cambio de gobierno y dejar claro que no quieren, después de casi nueve años con Netanyahu a las riendas del país, que su futuro siga dependiendo de Bibi y sus devaneos absolutistas. Para bien o para mal, esta elección se convierte en un verdadero plebiscito para el Primer Ministro, que ha absorbido todo el oxígeno político a lo largo de los últimos meses, tanto en asuntos de peso como las negociaciones nucleares con Irán como en cuestiones en principio tan absurdas como la decoración de su residencia. Nadie duda que algunos israelíes seguirán aferrándose al ‘más vale malo conocido que bueno por conocer’. Pero la realidad es que muchos otros prefieren apostar por la savia nueva, incluso aunque ésta venga representada por alguien tan inexperimentado en el ámbito militar como Herzog.
Y es así que Herzog, criticado en numerosas ocasiones por su inexistente carisma e insuficiente virilidad -quizás su apodo ‘Bougie’ no ayude mucho en este sentido-, se erige en ‘candidato por defecto’. El único capaz de conseguir que los laboristas vuelvan a primera línea de la política tras 16 años en la sombra, tras algunos menos de irrelevancia. Y ello a pesar de que muchos israelíes siguen recelando del partido que fundó el Estado de Israel y ayudó a guiar su destino a través de tiempos tumultuosos. Todo antes de convertirse en un partido elitista, exhausto y clientelista incapaz de inspirar a las nuevas generaciones. La campaña de los laboralistas ha sido cuanto menos deslucida, aunque desde un primer momento consiguió apuntarse un tanto a su favor al identificarse con los problemas sociales y económicos. También con la percepción que el mundo -y en particular Estados Unidos- tienen de Israel, que a muchos de sus ciudadanos preocupan más que un acuerdo nuclear con Irán.
Encuestas y analistas perfilan tres escenarios probables tras los comicios: un gobierno de derechas liderado por Netanyahu, tras haber obtenido éste una más que estrecha mayoría; una coalición de centro-izquierda encabezada por Herzog; o algún tipo de gobierno de unidad. Lo que no queda del todo claro es si alguno de estos gobiernos podría ser sostenible o incluso si estaría en posición de adoptar decisiones en el ámbito que al resto del mundo nos mantiene en vela: el proceso de paz con los palestinos. No cabe duda de que el primer gobierno no tendría ningún incentivo en este sentido, y Netanyahu ha llegado a declarar que nunca, a pesar de haber participado en negociaciones de paz, deseó la existencia de dos Estados; puede que el segundo presente una cara más amable, pero aún así no se sentirá lo suficientemente respaldado como para replicar los ilusionantes eventos de los 90, y menos aún para dar el paso que ninguno de sus antecesores osó dar. Y cuando se trata de cuestiones de seguridad nacional, ningún gobierno de unidad ha tenido en Israel éxito hasta el momento. Una particularidad que no muchos medios han puesto de relieve es que se ha aumentado el umbral para acceder al Parlamento, y cuatro partidos se enfrentan así a la amenaza de la irrelevancia legislativa. Serán seguramente ellos quiénes determinen el futuro panorama político israelí.

Sin ningún lugar a dudas la gran sorpresa de estas elecciones la ha representado el bloque palestino-israelí, la ‘Lista Árabe Conjunta’, compuesta por cuatro partidos árabes y el Partido Comunista, que hoy por hoy se perfila como tercer favorito y, dependiendo de la geometría de las alianzas, como principal partido en la oposición. Una novedad en todos los sentidos para la que durante décadas ha declarado ser la ‘única democracia de Oriente Medio’. También existe la posibilidad de que sean los ciudadanos árabes de Israel los que decidan el futuro del país entrando en coalición con la Unión Sionista de Herzog y Livni, modelando así un gobierno por fin dispuesto a resolver la cuestión palestina. La propia Livni, hasta ahora al cargo de las negociaciones de paz, ha declarado de hecho que estaría dispuesta a recurrir a la policía para expulsar a algunos de los colonos israelíes en Cisjordania. Una perspectiva cada vez menos plausible si atendemos a declaraciones de unos y otros e incluso a la opinión de la propia población, pero no por ello menos halagüeña. Dijo Tolkien una vez ‘un único sueño es más poderoso que mil realidades’.

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