Parece que fue ayer cuando medio mundo se abalanzaba sobre Turquía y su Presidente, Recep Tayyip Erdogan, por no ser lo suficientemente asertivos frente al conflicto sirio. El país se mostraba cuanto menos renuente – y cuanto más completamente opuesto – a intervenir en el nuevo escenario que la coalición internacional contra el Estado Islámico (Daesh, una de las posibles transliteraciones del acrónimo árabe ‘al- Dawla al-Islamiya fi al-Iraq wa al-Sham‘) concretaba en Siria e Irak. Algunos de sus motivos eran más que evidentes, otros resultaban más difíciles de confesar. Lo que a nadie pasaba desapercibido era que la ‘cuestión kurda’ ocupaba un lugar central en cualquier planteamiento estratégico y debate entre oficiales turcos. Y no ha dejado de hacerlo, ya que ha sido precisamente un atentado relacionado con los kurdos lo que ha impelido al país a plantarse y poner en obra un importante vuelco en su política exterior. Imposible concebir que un gobierno ultranacionalista como el turco no reaccionara frente al asesinato de 30 jóvenes a manos de la organización que quita al sueño a líderes y ciudadanos a lo largo y ancho del planeta. Improbable imaginar que un líder como Erdogan se quedara de brazos cruzados.
El 24 de julio, cuatro días después del ataque suicida en la ciudad de Suruç, Ankara lanzó sus primeras operaciones – de alcance, eso si, limitado – contra Daesh en Siria y permitió un avance que Estados Unidos llevaba meses solicitando: que la coalición internacional utilice sus bases de Incirlik y Diyarbakir para llevar a cabo incursiones. La embestida jihadista rompió el pacto de no agresión tácito entre Turquía y Daesh. El lugar de la misma – no por coincidencia -: una ciudad cercana a Kobane, simbolo de la lucha entre kurdos y Daesh. Ataque que bien puede ser interpretado en clave doble: contra los propios kurdos que les comen terreno en Siria y contra una Turquía que venía semanas recrudeciendo sus acciones. En los últimos días el país ha arrestado a más de 800 personas, sospechosas de tener vínculos con organizaciones terroristas, no sólo de carácter islamista sino en su gran mayoría afiliadas a la causa kurda.
Los turcos llevaban meses resistiéndose a colaborar con la coalición anti-Daesh. A cambio exigían el establecimiento de una zona de exclusión aérea en Siria y una postura más firme frente a Damasco. Un ‘tapón de seguridad’ que ha sido finalmente creado, aunque en una superficie mucho menor que la ambicionada en un inicio. Una zona libre de Daesh y de bombardeos de Assad, en donde dar cobijo a refugiados y entrenar rebeldes. Aunque muchos creen que el movimiento responde a una necesidad de salvar los lazos con Washington, la razón más inmediata parece ser el temor de Turquía de que Estados Unidos profundice en su amistad con las milicias kurdas, aliado privilegiado contra Daesh dentro de Siria.
Todo apunta asimismo a que Estados Unidos se ha comprometido a evitar la creación de una zona autónoma kurda en territorio sirio. Los mismos Estados Unidos que han decidido de hecho ‘hacer la vista gorda’ frente a la acción militar turca contra el PKK en Irak y su partido hermano en el norte de Siria. Los mismos Estados Unidos que han impulsado la firma de un acuerdo nuclear con Irán que ha puesto en entredicho la postura de todos los actores de la región. Turquía no se queda atrás y con este movimiento se asegura una carta marcada contra el régimen sirio, protegido por losayatollah.
El acuerdo con el gobierno de Obama convierte a Turquía en piedra angular de la lucha contra Daesh. Así, el proto-califato podría encontrarse al borde de la aniquilación ahora que Turquía se ha unido a la batalla en su contra. Ha entrado en conflicto armado con casi todos los demás actores de la región. Sin embargo, pocos pueden predecir con certeza cuándo ni cómo va a ser derrotado. ¿Por qué? Ninguno de sus enemigos considera que derrotarles sea su prioridad. Todos tienen al menos otro enemigo u objetivo que creen firmemente más importante. Y Turquía no es una excepción.
Segundo pilar de la estrategia turca: contra los kurdos
El gobierno turco no ha decidido sin embargo limitarse a intensificar sus acciones contra Daesh, sino que ha aprovechado la oportunidad para avivar su campaña en el norte de Irak contra el PKK (Partido de los Trabajadores Kurdos), con quienes venía negociando estos dos últimos años, sin por ello eliminarlo de su lista de organizaciones terroristas. Unas negociaciones que los propios kurdos unilateralmente decidieron dar por terminadas ante el estancamiento del proceso y antes de reivindicar la pasada semana nuevos atentados contra objetivos militares turcos.
Turquía también ha lanzado ataques en territorio de la principal milicia kurda siria. El PKK mantiene fuertes vínculos con el Partido de la Unión Democrática Siria (PYD), que Turquía también lista como organización terrorista. Estados Unidos considera al PKK como una organización terrorista, pero apoya a grupos de combatientes kurdos en Siria, muy particularmente las Unidades de Defensa Popular (YPG). Dondequiera que PKK y PYD liberaban territorio en Siria, kurdos de lado y otro de la frontera establecían cantones con autonomía total y funcionamiento democrático.
Todo apunta a que los ataques turcos tienen como fin primordial limitar el creciente poder de los kurdos, e incluso los cada vez más intensos rumores de un Kurdistán independiente (cuyo embrión se estira de Tell Abyad a Afrin). El quid de la cuestión – o al menos uno de ellos – es que combatientes del PKK han estado involucrados en la lucha contra Daesh. La ecuación ‘ningún ataque contra Daesh sin bombardear al régimen sirio’ se ha visto sustituida por la ecuación ‘ningún ataque contra Daesh sin bombardeos contra los kurdos’. Todo ello sin confrontación directa con el régimen de Assad. Resulta difícil asimilar cómo ataques simultáneos contra grupos en ambos bandos de los conflictos en Irak y Siria pueden contribuir en lo más mínimo a apaciguar la situación. Todo lo contrario: esta política comporta un alto riesgo para Ankara: por una parte la amenaza de que se intensifique el movimiento de protesta kurdo (se estima que la población kurda representa en Turquía más de 15 millones de personas) y por otra la amenaza de ataques en territorio turco de las células durmientes de Daesh.
Los kurdos temen que Turquía utilice la ‘zona de exclusión aérea’, desde Marea a Jarablussu, como un instrumento mas para bloquear su intento de hacerse con el control de territorio en el norte de Siria. La acción turca contra el PKK en Irak representa además un peligro añadido: profundizar las divisiones entre los propios kurdos. Las tensiones ya se dispararon cuando Turquía recibió el apoyo explícito del líder del PDK – Partido Democrático del Kurdistán – Massoud Barzani. El PKK y el PDK defienden ideologías completamente distintas y han sido rivales durante décadas, pero estos últimos meses habían venido luchando juntos contra Daesh.
Desde el comienzo de la guerra en Siria, el PKK se ha convertido en un poderoso actor transnacional. Ha logrado que el PYD y el YPG sean los poderes políticos y militares kurdos dominantes dentro de Siria, y se ha ganado un apoyo popular sin precedentes en el Kurdistán iraquí. El estancamiento del proceso de paz con Turquía no sólo representa un no desdeñable riesgo de desestabilización el sudeste de Turquía, sino que también podría abrir una nueva dimensión en el conflicto en Siria e Irak. En paralelo, y para consternación de Turquía, el ascenso del PKK en Siria ha ido acompañado de una cierta rehabilitación política de la organización a ojos de los occidentales, conscientes de su compromiso en la lucha contra Daesh. Del mismo modo se ha ganado el respeto y legitimidad a ojos de muchos kurdos de Oriente Próximo, lo que incluye en especial a aquellos ciudadanos kurdos en Turquía que percibían el movimiento como un simple puñado de terroristas.
Una estrategia de cara a la galeria de la ciudadania turca
La incertidumbre política que reina en Turquía dicta todos y cada uno de los movimientos de los principales partidos, y todas las formaciones quieren sacar provecho de las ramificaciones de la masacre para sus propios fines políticos. Los turcos se muestran hastiados con la política del país para con el vecindario, y en muchas ocasiones se decantan incluso por la confrontación. Se palpa una división aún mayor entre las élites y el pueblo. La ira acumulada por grupos kurdos y radicales de izquierda es ya visible en las calles. El AKP, preocupado por las protestas callejeras masivas, ha dado instrucciones a las fuerzas de seguridad de que mantengan la ley y el orden a toda costa. La represión de las fuerzas de seguridad turcas también se ha dirigido contra algunos grupos izquierdistas y kurdos. El Primer Ministro en funciones Ahmet Davutoglu ha sido diáfano al respecto: ‘tomaremos medidas contra todo aquel que quiera cubrir de sangre Turquía, tanto Daesh como cualquier otra organización terrorista’.
Para muchos ciudadanos, lo más grave es que un gobierno en funciones es quien está adoptando decisiones trascendentales tanto en materia exterior como interior. El AKP sufrió un enorme varapalo en las elecciones del pasado 7 de junio. Se declaró vencedor pero obtuvo muchos menos votos de los esperados, gran parte de los cuales fueron a parar al Partido de la Democracia Popular (HDP), de tendencia pro-kurda, la gran sorpresa de los comicios. Ante el atolladero que representa formar un gobierno de coalición, aumentan las posibilidades de que tengan que convocarse elecciones anticipadas en otoño. Durante su largo mandato como Primer Ministro, era por todos conocido el enfoque pragmático de Erdogan en relación con la cuestión kurda. Desde que fue elegido Presidente de la República, éste ha adoptado un desmesurado sesgo anti-kurdo. El gobierno ha aprovechado la ocasión para atacar al PKK y avivar el sentimiento anti-kurdo entre la población, con la esperanza de que unas nuevas elecciones dejen al HDP por debajo del umbral del 10% de los votos. Conviene apuntar que no son pocos los comentaristas que insinúan que el propio PKK, celoso de la legitimidad y popularidad conseguidas por el HDP, tendría también gran interés en descarrilar cualquier proceso democrático.
El gobierno lleva meses concentrando tropas en la frontera y se sirve de la situación en Siria como una distracción. Erdogan necesita un respiro y el apoyo de la Administración de Obama puede ser crucial en este sentido. Esta actitud ha dado sus frutos en la medida en que el presidente del principal partido de la oposición de Turquía ha afirmado estar listo, por primera vez, para participar ‘en interés de Turquía’ en un gobierno de coalición con el partido islámico conservador del Presidente.
Malabarismos por doquier
Desde el punto de vista del aparato estatal turco, la amenaza de Daesh no es sino un capricho coyuntural. El conflicto con los kurdos representa muy al contrario un dilema existencial. Un área dominada por los kurdos que se extienda a través de las fronteras entre Irak, Siria y Turquía se perfila como la peor pesadilla de Erdogan y los suyos. Turquía ha declarado una guerra en dos frentes, que en realidad son tres. Y no son pocas las posibilidades de que haya plantado la semilla de una nueva crisis regional. Le toca ahora a Turquía hacer malabarismos, y lograr mantener el equilibrio entre distanciarse de Daesh y evitar que los ataques contra los kurdos minen su resistencia contra los islamistas. Las fuerzas estadounidenses también tienen por delante un complicado juego de equilibrio entre un miembro clave de la OTAN como es Turquía y aliados clave en el terreno como son los kurdos. Un castillo de naipes que en esencia representa gran parte de los dilemas y contradicciones que el antiguo Imperio Otomano encerraba en su interior.
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