Hace diez años, Samir Kassir fue asesinado por un coche bomba en el centro de Beirut, la ciudad que tanto había amado, respetado y venerado. Él mismo decía que ‘todo comienza en Beirut y se extiende a toda la región’. Corría el año 2005, uno de los más convulsos en el país del cedro desde que en 1989 los Acuerdos de Taif obligaran a que dejaran de rodar los tanques a lo largo y ancho del minúsculo territorio. El año de la llamada ‘Revolución del cedro’ que nació de otro asesinato -el del antiguo Primer Ministro Rafik Hariri- y desembocó en la retirada de las tropas sirias del país, expulsadas por los propios ciudadanos del mismo. Callaron a Kassir cuando todavía era joven, pero no evitaron convertirle en una leyenda, no sólo para el Líbano, sino para el mundo árabe en su conjunto.
Samir Kassir era columnista del diario An-Nahar, corresponsal de TV5, e incluso se atrevió a poner en marcha la edición en árabe de Le Monde Diplomatique en Beirut. Estudió Historia y filosofía en la Sorbona y enseñaba Ciencias Políticas en la Universidad de Saint Joseph de Beirut. Sus estudiantes le llamaban el ‘profesor revolucionario’. Su talento, su capacidad de síntesis, su pluma, su ironía y su sensibilidad hicieron de él uno de los mejores analistas de Oriente Próximo. Y es que Kassir no hablaba sólo de su país. Nunca pudo borrar los orígenes de su padre, y la causa palestina jamás abandonó sus pensamientos y palabras.
Era un historiador, un periodista y un académico prolífico al que no le daba miedo ningún proyecto. Escribió con Farouk Mardam-Bey, una historia de las relaciones franco-árabes: Rutas de París a Jerusalén (1992). También habló de la guerra del Líbano que tan finamente supo comprender. Su maravillosa ‘Historia de Beirut’ (2003) deja patentes su interés tanto por la cultura como por la arquitectura, la Historia y la sociología. En su último libro y culmen de su obra, ‘Consideraciones sobre el malestar árabe’ (2004), reflexionaba en voz alta sobre el futuro de una región tan querida por su corazón a la que no parecía quedarle esperanza alguna.
Una mente como la suya no podía quedarse fuera de la arena política. Menos aún en el país en el que le tocó nacer. Fundó el Movimiento de Izquierda Democrática. Le gustaba definirse como un intelectual de la ‘izquierda democrática’ que nunca habían tratado de imponer sus puntos de vista. Se erigió en el Charlie Hebdo -aunque más respetuoso- de la época, y luchó con su pluma por un Líbano libre de la tutela siria y del terrorismo de las fuerzas de seguridad. Valiente y temeridad, nunca se achantó, incluso cuando las amenazas eran públicas y de sobra conocidas por todos. Siguió luchando incluso cuando las autoridades arbitrariamente confiscaron su pasaporte. No me extrañaría nada que en muchos momentos fuera perfectamente consciente de cómo serían y llegarían sus últimos minutos.
Tras el cese del gobierno pro-sirio en 2005, el acuerdo cuatripartito entre el 14 de marzo y 08 de marzo representó para muchos un alivio y sobre todo la base legítima de las primeras elecciones en esa nueva etapa para el país. Otros, sin embargo, no lo vieron sino como una puñalada al alma de la ‘Primavera de Beirut’ y decidieron no renunciar a la lucha y sus ideales. Samir Kassir fue uno de ellos, y lo demostró escribiendo profusamente durante las semanas anteriores a los comicios sobre el desencanto generalizado de la opinión pública, de todos aquellos que se tomaron la Plaza de los Mártires el 14 de marzo 2005 únicamente impulsados por su sentido del deber nacional, sin responder a la llamada de ningún líder. Escribió sobre los políticos incapaces de reformarse para ponerse a la altura de las aspiraciones populares. Abordó otros dos temas fundamentales para el Líbano de hoy en día: el racismo que ayer y hoy sufren los sirios en el Líbano y la lucha contra el determinismo y sinsentido que parece invadir a los árabes cuando en vez de luchar caen en la victimización y en culpar siempre al ‘otro’.
Diez años después, sus miedos se han hecho realidad. Se ven simbolizados por un 14 de marzo hipotecado por algunos grupos exageradamente comunitarios. Una formación incapaz de erigirse en representante del ‘otro Líbano’, más cercano a los ideales de la ‘Primavera de Beirut’. Quizás desapareciera la tutela siria, pero no ocurrió así con el antiguo régimen. El detonador que hizo explotar aquel coche marcó el inicio de la ofensiva del eje sirio-iraní para aniquilar -como lo harían en 2011 y en 2009, respectivamente- cualquier rastro de aquella Primavera. ¿Qué mejor forma de hacerlo que eliminando a quien, a través de sus ideas y escritos, había derribado el muro del miedo y en cierto modo la barrera de silencio erigida por el régimen de los Assad?
De la pluma de Kassir surgieron los primeros versos que presagiaban todo aquello en lo que seis años después se convertiría la ‘Primavera Árabe’. No sólo eso, sino que sus escritos transpiran a cada golpe de página la promesa siempre renovada y nunca cumplida de una ‘Intifada en la intifada’ (título de un artículo publicado el 1 de abril 2005): un levantamiento de los ciudadanos, un levantamiento pacífico, un levantamiento en pos de la democracia y la dignidad. Luchaba por una Siria democrática, por una Palestina liberada, y por sociedades árabes más modernas y humanas. El arma clave serían la educación, los valores seculares, valores que huyen de cualquier adoctrinamiento, tanto religioso como nacionalista.
Su pasión por la libertad le costó la vida. Pagó con su último suspiro el precio de su compromiso con la libertad de expresión. Su asesinato causó conmoción en muchos rincones del planeta. En el lugar de su asesinato crece un olivo, uno de los primeros rincones que exigí visitar cuando pisé Beirut por vez primera. No pude resistirme. Con su término ‘malestar árabe’, Kassir defendía la idea de que la situación no podía durar. Kassir llamaba a ‘volver a las calles para encontrar la lucidez’. Su visión no era utópica. Muy al contrario, era increíblemente realista. En cierto modo, Samir Kassir ha ganado la batalla y sigue vivo. Aunque Kassir fuera sin embargo uno de los primeros en adelantar el regreso del ‘triste invierno de Beirut’ que obsesiona a su amigo y escritor Elias Khoury, ¿acaso los pueblos árabes no volvieron -y volverán- a tomar las calles exigiendo su libertad? No ha llegado todavía esa ‘intifada en la intifada’.
Una imponente estatua de expresión afable y sonriente domina la plaza que lleva su nombre, y le convierte en ángel guardián de la ciudad. En un banco de mármol rezan frases que resultan difíciles olvidar en tiempos como los actuales (perdonen la pobre traducción del árabe):
- ‘Beirut, extrovertida en su prosperidad, está todavía en ruinas’,
- ‘la impotencia de ser lo que creemos que tenemos que ser’, o
- ‘universalidad también es aceptar al otro, incluso si el otro no nos acepta’.
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