El 10 de agosto de 2014, Recep Tayyip Erdogan se convirtió en flamante presidente de Turquía, aupado al poder a través del primer el voto popular para dicho cargo en la historia moderna del país. Ya había sido primer ministro durante 11 años, y algunos gustan de comparar muchos de sus movimientos con los de Vladimir Putin. De hecho parece que esto le supo a poco, y que en estas próximas elecciones legislativas, previstas para el 7 de junio, intentará hacer realidad su sueño de convertirse en el todopoderoso sultán Erdogan. Antes de que eso ocurra, he aquí unas claves a tener en cuenta para estos comicios, en los que paradojicamente el nombre de Erdogan no ocupa ninguna papeleta. Su personalidad ronda sin embargo los pensamientos y cálculos de la mayoría de sus conciudadanos.
Erdogan se sirve de un discurso populista poco común -con el permiso de Viktor Orbán- en la Europa a la que en su día afirmó aspirar. Erdogan en realidad anhela una nueva Turquía, que al fin y al cabo no es sino una versión renovada de la República de Atatürk, en la que el detendría en la trastienda todos los poderes y se erigirá en carismático fundador. Y ello no sólo a base de retórica, sino poniendo en marcha acciones concretas en los barrios y territorios más desfavorecidos que los gobernantes secularistas ignoraron en el pasado. El lema de su campaña no deja lugar a dudas: ‘Nueva Turquía, Nuevo Poder’. No deja de ser sospechoso un símbolo de este autoritarismo como es un nuevo y opulento palacio presidencial, cuatro veces mayor que Versalles.
2. Retorno al conservadurismo.
La nueva Turquía a la que aspira Erdogan es más religiosa, más conservadora, está más enraizada en Oriente Próximo y por tanto cada vez más alejada de Occidente. Su Partido de la Justicia y el Desarrollo, más conocido por su acrónimo AKP, de fundamentos inspirados por la Hermandad Musulmana, ha pasado de ser el exponente del ‘islamismo moderado’ más esperanzador a un modelo a evitar para gran parte del islamismo político. Cada vez más mujeres cubren sus cabezas con orgullo, cada vez más mezquitas adornan el paisaje de pueblos y ciudades, cada vez más niños acuden a escuelas religiosas y aprenden árabe para poder así recitar el Corán.
3. El objetivo de Erdogan.
Erdogan ni siquiera esconde ya cuál es su principal meta: conseguir una mayoría de escaños para su partido que le permita adoptar una nueva constitución que convierta a Turquía en una república presidencial. Un cuasi-sultanato. Los sondeos (en particular una encuesta de febrero de la agencia Metropoll) apuntan a que una pequeña parte de la población turca, únicamente el 32%, está a favor de un sistema presidencial, mientras que el 55% declara estar en contra por considerarla demasiado autoritaria.
4. La aritmética electoral.
Nadie duda de la victoria del AKP. El punto de inflexión lo pueden representar aquí unos pocos puntos porcentuales: los que median entre conseguir la supermayoría de 2/3 en la cámara (367 escaños) que permitiría al partido de Erdogan adoptar de forma unilateral una nueva carta magna, a la mayoría de 330 viable para dar salida a la constitución referéndum mediante, a los 276 escaños que necesita el AKP para formar gobierno en solitario. Para ello es clave algo que está en boca de todos los turcos. Una cuestión existencial para el futuro de la gobernabilidad democrática de este país: el éxito o fracaso del Partido Demócrata del Pueblo (HDP) -un joven movimiento kurdo- en su batalla para cruzar el umbral electoral -tildado por algunos de ‘antidemocrático’- del 10%. Sería irónico que fueran un puñado de kurdos quien frustrara las ambiciones del todopoderoso Erdogan. (El gráfico es de Rethink Institute).
5. Los mil y un frentes abiertos de Erdogan.
Erdogan está en guerra, incluso con algunos de sus correligionarios, aquellos que optan por una visión política más moderada. A estos se unen:
- Acusaciones de corrupción: Erdogan y sus aliados son objeto de acusaciones diarias de corruptelas, clientelismo y deshonestidad. Para muestra, un botón: como parte de una macro-investigación contra la corrupción, el 17 de diciembre de 2013, la policía lanzó redadas en las casas de 50 sospechosos, que incluían los hijos de tres de los ministros de Erdogan.
- Violaciones de libertades fundamentales y de no independencia del poder judicial. Las cifras de Freedom House sobre la libertad de los periodistas son suficientemente significativas al respecto.
- Contra los ‘gullenistas’: el movimiento Hizmet (liderado por el predicados Fethullah Gülen) ha sido al mismo tiempo -quizás no por coincidencia- el único lo suficientemente valiente como para señalar con el dedo las irregularidades del Gobierno, y el principal blanco de Erdogan y sus fuerzas de seguridad, que lo han atacado sin descanso.
- Contra el ejército, acusado de innumerables golpes y conspiraciones para proteger la tradición secular de la República.
- Contra grupusculos terroristas de distinta naturaleza, que han venido haciéndose más visibles estos últimos meses.
- Jóvenes: aquellos que poblaron el parque Gezi en aquellos esperanzadores días de 2013. Protestaban contra la construcción de un pantagruélico centro comercial, pero acabaron rebelándose contra todo el sistema. Dieron el pistoletazo de salida a un levantamiento que sigue mostrando brotes de forma regular. El gobierno del AKP afirmó que las protestas de Gezi representaban un complot mundial para derrocar al gobierno, orquestado tanto por enemigos ‘internos’ como ‘externos’. Sin embargo, el espíritu de Gezi parece negar la mayor.
6. Erosión de poder.
El AKP ha estado a la cabeza del país de forma omnipresente durante 13 años, y muchos de sus votantes se declaran ya hastiados y desilusionados. Aunque no sean pocos los miembros del AKP que se confiesan conscientes de tal situación, es innegable el miedo reinante en el seno de la formación a romper filas y desequilibrar así por completo la arena política del país.
7. Es la economía, estúpido.
El boom turco parece haber agotado su impulso, y los votantes no son inmunes a esta desaceleración (el gráfico es de nuevo de la Agencia Metropoll). La economía se ve asimismo enormemente lastrada por los 1,6 millones de refugiados sirios que residen en el país, lo que eleva las rentas y hace que el trabajo escasee. Turquía depende en exceso de la inversión extranjera, y su moneda es cada vez más débil. El déficit por cuenta corriente es abismal y crece por momentos, algo a lo que no ayudan los grandiosos planes de infraestructuras de Erdogan.
8. Una política exterior controvertida pero más nacionalista que nunca.
A lo largo de los primeros años del binomio Erdogan-Ahmet Davutoglu (actual Primer Ministro), cuando el primero era Jefe de Gobierno y el segundo Ministro de Asuntos Exteriores, éstos pusieron en marcha una ambiciosa y prometedora política exterior basada en el principio de ‘cero problemas con los vecinos’. Así, Turquía se consolidó en la región como valioso mediador y pacificador. Sin embargo, y al igual que gran parte de lo que Erdogan logró durante sus primeros años en el poder, esta política se ha ido convirtiendo en un torbellino de miopía geopolítica, cortoplacismo, alianzas envenenadas y nacionalismo exacerbado. Así, las salidas de tono de Erdogan y sus representantes han derivado en un empeoramiento de las relaciones con aliados vitales como Egipto, Siria, Arabia Saudí e Israel, entre otros. El que en un primer momento se erigiera como facilitador indispensable de la paz en Siria se ha convertido en un spoiler más del enraizado conflicto. Todo, sin mencionar el ‘dilema chipriota’, que aún hoy obsesiona a un número no desdeñable de autoridades en Europa.
9. ¿El fin de la ‘identidad kemalista’?
Las acciones de Erdogan también parecen encaminadas a forzar una identidad particular sobre la población turca, como ya demostró Atatürk cuando cambió el alfabeto árabe por el latino y prohibió el uso del tarboosh. Esta transformación gradual está lejos de ser total, y la próxima elección sin duda tratará de consolidar el control de las instituciones fundamentales en manos de Erdogan, permitiéndole así finiquitar la ardua tarea.
10. La ‘cuestión kurda’.
Las negociaciones entre el gobierno del AKP con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) para desarmar el grupo han sido testigo de dos fases: las reuniones secretas de Oslo de 2009, que colapsaron a mediados de 2011 dejando atrás miles de muertos, y una nueva ronda simbolizada por la interlocución con el líder del PKK encarcelado, Abdullah Öcalan, en marzo 2013. El alto al fuego que se alcanzó entonces sigue en pie, aunque algunos afirman que es hoy en día más frágil que nunca. Tanto organizaciones pro-kurdas como partidos nacionalistas turcos han dirigido duras acusaciones según las cuales el proceso de paz no es sino una estratagema para engañar al público -siempre temeroso de que la violencia se reanude- con el fin de ganar las elecciones. Unas elecciones que sin duda traerán cola. Tiempo al tiempo.
Comments
Post a Comment