En Passim os dimos 10 claves para entender las perspectivas con las que Turquía se enfrentaba a sus elecciones legislativas, celebradas el pasado domingo 7 de junio. Hoy, resultados provisionales en mano, os presentamos una serie de reflexiones que el escenario post-electoral genera a primera vista.
El AKP ha ganado las elecciones -un 41% del voto no es moco de pavo- y se mantiene como el partido más fuerte, pero no cabe duda de que el partido islamista se ha llevado un batacazo. La verdadera vencedora de estas elecciones es la democracia. ‘La decisión de la nación es la mejor decisión – no hay por qué preocuparse‘, ha llegado a decir el Primer Ministro Ahmet Davutoglu. Como ha ocurrido con España, parece que también para los turcos ha llegado la hora de los pactos.
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No son pocos los comentaristas dentro y fuera de Turquía que recuerdan que Turquía ha alcanzado la estabilidad sólo tras 13 años de mayoría absoluta del AKP. Temen que el desasosiego actual -del que ya se han contagiado bolsas y mercados- represente el preludio de un período de inestabilidad política en el que Erdogan intensifique la represión y tense las relaciones entre todos los actores públicos y privados. Tampoco se descarta que el AKP gobierne en minoria y fuerce una pronta convocatoria de elecciones anticipadas, que siente las bases de un escenario aún más polarizado e incluso violento. De hecho, de acuerdo con la constitución, un gobierno de coalición debe ser formado en 45 días. Si esto no es posible, deberán ser convocadas nuevas elecciones.
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No puede olvidarse que estas elecciones eran una especie de plebiscito para Erdogan, que día tras día ha convertido la campaña de su partido en una serie de actos personalistas que en más de un momento han rozado la demagogia. Corán en mano, el Presidente turco trató de convencer al pueblo de que sólo él puede gobernar el país. Y ello a pesar de que formalmente tenía prohibido partipar de cualquier modo en actos de campaña.
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La sociedad turca ha terminado por desarrollar una fuerza de resistencia a la arrogancia del Presidente, y ha conseguido canalizarla en la figura de un joven político kurdo -muchos califican a Selahattin Demirtaş de ‘estrella fugaz’ de la política- que decidió dar forma a una fuerza política nacional a partir de un partido kurdo, el HDP, consiguiendo así ir limando el escepticismo y los prejuicios de la sociedad turca en su conjunto.
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No es baladí que sea la primera vez que un partido pro-kurdo obtenga los votos suficientes para entrar en el Parlamento. El HDP trató de ampliar su atractivo más allá de la minoría kurda erigiéndose en defensor de las causas liberales más mediáticas -derechos de las minorias y de la comunidad LGBT-. En realidad tomó un enorme riesgo presentándose como bloque en lugar de presentar candidatos independientes asociados a la causa kurda. Y a todas luces ha ganado la apuesta.
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El avance del HDP también representa buenas nuevas para los adalides de la paz: por fin existirá un partido dentro del Parlamento que luche por los derechos de la minoría kurda, lo que sin duda allanará muchos de los obstáculos que hoy en día entorpecen las negociaciones de paz con el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK).
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El AKP debe resignarse y rendirse a la necesidad de reforma por la que claman sus condiudadanos. Necesidad de reforma y paradigma de una ‘nueva Turquía’ que de hecho se sitúan a los propios orígenes del partido.
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La mayoría de votos se perdieron en centros urbanos y las regiones kurdas en el este del país.Herencia del ‘espiritu de Gezi’ que paradojicamente no se hizo sentir en la elección presidencial de 2014.
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La participación ha sido altísima (se calcula que de un 86%), lo que tiene más merito aún si se tiene en cuenta que los turcos fueron a votar en un contexto de tensión y violencia -el viernes, dos bombas explotaron durante un mitin del HDP en la ciudad de Diyarbakir, matando a dos personas e hiriendo a cientos de ellas-.
Estas elecciones también han representado una victoria para las mujeres: hay hoy más mujeres en la Asamblea turca que nunca. El número de diputadas ha pasado de 79 en 2011 a 96 en 2015.
Otro gesto tremendamente alentador de estas elecciones ha sido el compromiso de miles de observadores voluntarios, una clara muestra de que en Turquía existe -a pesar de la creciente represión y desdén respecto de los derechos humanos- una sociedad civil activa, vibrante y dispuesta a hacer oír su voz en la escena política.
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No queda claro si Davutoglu ‘se comerá su sombrero’: o mejor dicho, si hará honor a su promesa de dimitir si el AKP no mantenía su mayoría en el parlamento. En un discurso el domingo por la noche, declaró la victoria del AKP pero no hizo mención al respecto. Erdogan, tan dado a las masas, por su parte no ha hecho más que emitir un comunicado en el que vuelve a incidir sobre la importancia de la estabilidad en un contexto dominado por su partido. En las redes sociales circula incluso un contador del tiempo que Erdogan lleva sin hablar en público. Lo que está claro es que Erdogan no será sultán. Y eso son buenas noticias para Turquía en particular. Y para el mundo en general.
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