El pasado 26 de mayo 2014, un antiguo General del Ejército Nacional Libio, de nombre Khalifa Haftar, proclamó la puesta en marcha de una operación llamada “Dignidad de Libia” que tenía como objetivo erradicar a los islamistas -moderados y no- de Benghazi y más allá. Meses antes había intentado poner en marcha un golpe de Estado que pasó inadvertido en los titulares más grandilocuentes. Pocos imaginaban entonces que la operativa precipitaría al país en un conflicto en el que los medios identifican únicamente dos campos, pero que pone en evidencia las carencias, insuficiencias y pesadillas cainitas del país norafricano que no pocos tildan ya de “Estado fallido”. Para muestra un botón: la incesante violencia, sobre todo en el sur, ha dejado tras de si más de 3.000 muertos desde principios de 2014, ha llevado a que se cifre en un 16% los libios desplazados y ha situado a la provisión de servicios básicos al borde del colapso. Una aproximación simplificada del conflicto bien puede partir de las ciudades desde las que los principales actores ondean sus banderas.
En la ciudad oriental de Tobruk tienen su sede un Parlamento elegido el 25 de junio y el gobierno de Abdullah al-Thani. La legitimidad de dicho gobierno ha sido reconocida por la comunidad internacional, a pesar de las insuficiencias de la elección -se estima que sólo pudo participar un 18% de la población (fue del 60% en 2012)- y también a pesar del tremendo golpe que supuso el que la Corte Constitucional -quizás no por coincidencia con sede en Trípoli- lo declarara ilegal. Los comicios otorgaron la victoria a las elites establecidas, a la llamada “aristocracia” libia y a elementos cercanos al círculo de Mohammad Gaddhafi, marginados de la escena política durante los primeros pasos de la transición en 2012 (parece ser que hasta ahora). Este gobierno encuentra su brazo armado en las fuerzas del general Haftar apoyadas, entre otros, por las brigadas Zintan, que han hecho desde entonces considerables progresos contra los extremistas en Benghazi.
Trípoli, en el noroeste, se erige como base del gobierno de Omar al-Hasi, dominado por el Congreso Nacional General elegido en 2012 y proclamado de nuevo por elementos pro-islamistas el 25 de agosto. Los islamistas fueron los grandes perdedores del voto de junio. Este gobierno se ve a su vez respaldado por la coalición “Amanecer libio”, encabezada por las milicias islamistas de la tercera ciudad más grande del país, Misrata, a la que se han unido los antiguos revolucionarios temerosos de que el antiguo régimen recupere lo que tanto les costó arrancar de sus manos.
La guerra entre milicias encontró en la batalla por el aeropuerto de Trípoli su principal alegoría. Los elementos pro-Tripoli han consolidado sus avances hacia el este de la ciudad, que incluyen las terminales de exportación de petróleo de es-Sider y Ras Lanuf. Una tribu afiliada con el gobierno de Trípoli parece controlar en la actualidad los yacimientos del desierto -al-Sharara, el mayor del país, paralizado en estos momentos- que suministran a estas terminales. A ello hay que añadir su control sobre algunas de las montañas occidentales, la frontera con Argelia y Túnez y Hamada al-Hamra, una vasta extensión de desierto que se extiende hasta el sur profundo.
Se considera sin embargo que las milicias de uno y otro bando sólo están dispuestas a formar una coalición en el ámbito militar, lo que no hace sino agudizar las críticas hacia el carácter oportunista y por tanto heterogéneo de las alianzas que mendigan ayuda y apoyo a vecinos y socios occidentales entre bastidores. La propia ciudad de Misrata -en la que campan a sus anchas algunos islamistas, pero cuyo núcleo dominan intelectuales y comerciantes- se erige como simbolo de estas coaliciones temporales que encuentran como fin máximo deshacerse de un enemigo común, intruso y desestabilizador. Y es que esta es una de las realidades que los medios occidentales olvidan tener en cuenta al narrar los acontecimientos en el país: en Libia las decisiones reposan más en redes de lealtad en torno a objetivos puntuales que en jerarquías perennes. Resulta extremadamente difícil no perder de vista a los múltiples elementos autónomos que no tienen que rendir cuentas ante nadie.
Por último está Derna, centro histórico del extremismo islámico y ciudad armada hasta los dientes cercana a la frontera con Egipto. Hoy por hoy se encuentra bajo el control de Ansar al-Sharia, que recientemente hizo pública su lealtad al Estado Islámico. Derna fue de hecho declarada en octubre emirato islámico -wilayat Barqa, extensión del califato bajo las órdenes de Abu Bakr al-Baghdadi. La rama libia del Estado Islámico también ha hecho sus pinitos en otros territorios, como ocurrió con el ataque bomba en un lujoso hotel de Tripoli que arrancó la vida de al menos cinco extranjeros.
Muchos han querido ver un destello de esperanza en la reciente reunión de Ginebra, auspiciada por la Misión de las Naciones Unidas en Libia y el Enviado de NNUU para Libia Bernardino León, que ha intentado desde principios de diciembre que los dos gobiernos al menos acepten compartir mesa de negociaciones. Su objetivo principal es la creación de un gobierno de unidad nacional. Mientras que el Parlamento de Tobruk ha enviado representantes; la Asamblea de Trípoli, aunque al final acabó cediendo, se negó durante meses a participar, y en principio sólo se mostraba dispuesta a participar si las negociaciones tenían lugar en la propia Libia -la gran pregunta era ¿dónde?. De hecho, la segunda ronda de diálogo que se inició el 26 de enero dio a luz un principio de acuerdo entre todas las partes para que la próxima ronda se celebrara en el país. Un primer paso realmente esperanzador ha sido la creación de un comité encargado de recuperar la confianza y reforzar la cooperación entre todas aquellas partes que participaron en el diálogo: entre otras tareas, esta institución se encargará en un principio de coordinar los esfuerzos para garantizar que servicios básicos y ayuda humanitaria puedan llegar a las poblaciones en las zonas más afectadas por la guerra .
Varios factores explican que resulte tan difícil para los mediadores alcanzar siquiera un atisbo de acuerdo. El país no se dotó en su momento de Constitución, por lo que en ningún momento ha quedado claro cuáles serían las reglas del juego por las que deberían regirse las instituciones libias. Los principales representantes hacen gala además de una mentalidad de “todo o nada”: todos dejan ver que tienen mucho que perder -y que serán considerados al final perdedores- si ceden aunque sea un ápice. Ninguno de los bandos están por lo tanto dispuesto a hacer concesiones hasta que no les obligue a ello la situación sobre el terreno. E, incluso si ello ocurre, nada garantiza que el compromiso sea aceptado por todos y cada uno de los cabecillas de cada facción. Para muestra un botón: la mayoría de los edificios gubernamentales en Trípoli se encuentran bajo el control de grupos armados que hasta el momento se han negado a reconocer el diálogo. Por si esto fuera poco, la presencia de elementos islamistas en el gobierno de Trípoli permite a las autoridades de Tobruk venderlo como una institución afín a los extremistas. Y ello a pesar de que uno de los principales fines que debería unir a ambos bandos es librarse de todo lo relacionado con al-Qaeda, el OEI y sus aliados, lo que incluiría a grupos en el Fezzan al sur de Trípoli o a al-Qaeda en el Magreb Islámico.
Tampoco ayuda en lo más mínimo la injerencia extranjera, simbolizada por los ataques de Egipto y Emiratos Árabes Unidos en defensa del Gobierno de Tobruk, o por las presiones y envio de armas de Turquía y Qatar, de tendencia claramente pro-islamista y por lo tanto a favor del Gobierno de Tripoli. Así, Libia se ha ido convirtiendo poco a poco en un nuevo tablero de juego en la guerra fría que sacude Oriente Medio. Todo ello agravado ante el vacío de poder y el reino del miedo, en un territorio repleto de armas en el que las milicias -de un bando, de otro, o de ninguno- ostentan el poder en todas las ciudades, y dejan el resto del territorio en manos de las tribus, que defienden su autonomía a capa y espada, han ido dando forma a sus propios órganos de gobierno, y han creado incluso fronteras de facto que guardan sus propias milicias.
¿Que hay del petróleo, recurso fundamental para la propia supervivencia del país? La Compañía estatal y el Banco Central se habían mantenido relativamente neutrales hasta ahora, cuando ambos gobiernos han designado a sus propios ministros de petróleo y a autoridades distintas para ambas instituciones. Fue de hecho el gobernador del Banco Central el que presentó hace dos meses un informe según el cual la inestabilidad del país ha supuesto unas pérdidas de 300.000 millones de dólares para las arcas públicas. La producción de crudo ha alcanzado niveles alarmantes, a lo que no ayuda el bloqueo de una mayoría de puertos y terminales de carga.
La inestabilidad libia queda lejos de representar un problema meramente bidimensional: ni Sur contra Norte, ni ciudad contra campo, ni nacionalistas contra islamistas, ni siquiera revolucionarios contra Gadhafistas… Al igual que ocurrió con el propio levantamiento de 2011, tras la reyerta Trípoli-Tobruk se esconden no solo narrativas enfrentadas, sino también un laberinto de cortes transversales, conflictos regionales entre Tripolitania, Cirenaica y Fezzan, locales, tribales y milicianos que difícilmente podrán ser debatidos en su totalidad en las conversaciones auspiciadas por NNUU. No es menos cierto que el tortuoso camino de vuelta hacia una mayor estabilidad bien debe comenzar en alguna parte.
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