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Yemen o la contienda sectaria que nunca fue

El rompecabezas yemení se enmarañó aún más el pasado 26 de marzo. Quién ideó el nombre de la operación liderada por Arabia Saudí – “Tormenta Decisiva” – no predijo lo irónico que éste podría llegar a resultar. La batalla por la ciudad sureña de Aden, antigua capital del país y último bastión del (todavía) Presidente Abd-Rabbu Mansour Hadi se intensifica a cada hora y bombas de fabricación occidental no dejan de caer sobre objetivos militares y daños colaterales civiles, al tiempo que las agencias humanitarias hacen sonar con desesperación todas las alarmas del país más pobre del mundo árabe.
La coalición anti-houthi simboliza la tendencia más en boga en Oriente Medio: un eje suní compuesto por los estados miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (aunque no Omán, país neutral donde los haya), otras monarquías y países árabes deseosos a la vez de garantizar el status quo y recibir cuantiosas inversiones provenientes del Golfo, y un país no árabe pero si musulmán como es Pakistán. Se trata de la primera alianza militar formada bajo el paraguas de la Liga Árabe para luchar contra el terrorismo (el chivo expiatorio que explica todos los problemas habidos y por haber) a nivel regional, la primera que dirige sus ataques contra otro país árabe. Mientras que este anuncio fue cacareado como una nueva fuente de estabilidad en una región tremendamente volátil en la que las principales potencias militares son Israel, Turquía e Irán, no se trata más que de una alianza compuesta por aquellos que están dispuestos y son capaces (‘coalition of the willing and capable‘), no de todos los firmantes como ocurre en el caso de la OTAN. La intervención en Bahrein dio buena prueba de ello. Lo cierto es que esta coalición corre el riesgo de acabar siendo al mismo tiempo una fuente de inestabilidad y un factor que agrave -aún más- la tensión tildada de sectaria que desgarra la región estos últimos años.
Esta coalición adolece además de un preocupante déficit de legitimidad, encarnado por el liderazgo asumido por Arabia Saudí. El reino saudí lleva de hecho décadas armándose hasta los dientes, y se ha mostrado por fin capaz de lanzar la ofensiva por sí solo, sin esperar a recibir el apoyo expreso de los americanos. Esta intervención representa en este contexto una prueba de fuego para los saudís, no sólo en el ámbito militar sino sobre todo en el estratégico: ¿será Riad capaz de frenar la escalada antes de que estalle una conflagración de dimensiones hoy difíciles de calcular?
No pocos factores explican la voluntad acérrima de los saudís de encabezar una intervención en el país vecino: una influencia entre la comunidad suní enormemente erosionada por la irrupción de Daesh, la necesidad de reafirmar la autoridad de un líder recién entronado, un equilibrio de poder incierto frente a su archienemigo Irán, o un Occidente cada vez más reacio a posicionarse de su lado en conflictos estériles. Los saudís tienen también un gran interés en mantener la seguridad del estrecho de Bab al-Mendab, uno de los siete puntos de pasaje de petróleo a nivel mundial. No es coincidencia además que la mayor parte de los -insuficientes- recursos naturales de Yemen se encuentren en las provincias del sur.
Arabia Saudí lleva de hecho años frunciendo el ceño frente a cualquier avance houthi, y ya en 2009 se vio arrastrada a participar en la Operación Tierra Quemada a lo largo de su frontera, en la región de Saada, contra combatientes houthis. Hace aproximadamente un mes la historia se repitió, y houthis armados, junto con algunas unidades del ejército yemení, llevaron a cabo un ejercicio militar en la provincia de Saada. La seguridad en su frontera sur y librarse de cualquier elemento desestabilizador que pueda avivar las tensiones con la minoría chií concentrada en el este del país se han perfilado siempre como prioridades clave de la monarquía saudí. En cierto modo esta campaña militar representa una advertencia clara: “fuera de mi patio trasero.” El apoyo de Arabia Saudí al gobierno yemení contra los houthis no es una novedad. Sí lo es presentar el conflicto en términos de una guerra fría con Irán.
La intervención suní se perfila también como símbolo del cambio de estrategia de Estados Unidos en la región, ya que Yemen presenta la ventaja de ser un espacio en el que es posible encararse con Irán sin poner en peligro los intereses vitales de Teherán. Ya dijó Mark Twain que ‘Dios creó la guerra para que los estadounidenses pudieran aprender geografía’. Irán tiene de hecho un interés en Yemen mucho menor del que puede tener en Siria, Líbano o Irak. La alianza entre los houthis y Teherán no es tan fuerte como se jactan los rebeldes, y no hay pocas posibilidades de que los primeros consideren que los houthis se han extralimitado. El momento elegido por la coalición de países árabes para intervenir tiene de hecho mucho que ver con lo que Netanyahu ha denominado el “eje Teherán-Lausana-Yemen”, y es que Irán se ha mostrado estos últimos meses mucho más preocupado por librarse de las sanciones occidentales que lacran su economía y erosionan el apoyo al régimen, algo que era sólo posible si se alcanzaba el tan ansiado acuerdo nuclear con el P5+1.
Presentar cada crisis en Oriente Medio como la última ronda de un tira y afloja regional no es sólo un análisis simplista e interesado, sino que corre el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida. Si se hace creer a los houthis que su único aliado en la región es Irán, cabe la posibilidad de que a Irán no le quede otra alternativa. Que Irán presta apoyo a los houthis, particularmente de carácter verbal e ideológico, y ello sin excluir el apoyo material y financiero, es más que probable. Su papel en el conflicto ha sido sin embargo exagerado por uno de los bandos. Si aún así éste ha sido el caso, de lo que no cabe duda es de que Irán ha empezado la partida con retraso. Puede de hecho que la actuación de las fuerzas rebeldes, en coordinación con las intrigas del ex Presidente Ali Abdullah Saleh, hayan servido en bandeja de plata a Teherán un oportunista elemento de distracción y provocación en la frontera saudí. Y existe incluso la posibilidad de que un patinazo de la coalición suní, tanto en forma de estancamiento como de escalada, pueda forzar la presión árabe sobre Irán o provocar enfrentamientos que acaben desembocando en un nuevo escenario de las hostilidades que convierten la región en una pesadilla para propios y ajenos.
La crisis de Yemen desafía cualquier interpretación en términos binarios. La naturaleza del conflicto va mucho más allá de una mera batalla entre Arabia Saudí y un proxy iraní. El conflicto es de naturaleza civil y las líneas de batalla no sólo se dibujan a lo largo de líneas sectarias, sino que también se basan en lealtades tribales, entre otras, entre múltiples bandos que luchan por el poder en un Estado ya fallido. No es pues una guerra sectaria sino mil y una guerras entrelazadas entre sí. Por una parte, la actual contienda entre las fuerzas de Hadi -lo que queda del ejército y comités populares/milicias- y los houthis. Por otra, la lucha por recuperar el poder de Saleh, apoyado por un importante número de desertores. A ello se suma la guerra entre al-Qaeda en la Península Arábiga (apoyado en Yemen por Daesh) y tanto el ejército como los houthis, las reivindicaciones no satisfechas de los activistas que tomaron las calles en 2011, la eterna rivalidad entre Norte y Sur… No olvidemos que hubo en Yemen seis guerras ya entre 2004 y 2009 entre los houthis y el Gobierno central.
Los conflictos no estallan de la nada, al igual que el sectarismo no existe por sí sólo, sin ser avivado: tales fenómenos son diseñados y fomentados por los actores interesados, tanto dentro como fuera del país en cuestión. Yemen se ha visto lacrado por una larga historia de corrupción, clientelismo y favoritismo. El Diálogo Nacional, que fue aclamado como un éxito de la ‘Primavera árabe’, demostró ser en esencia poco más que un mercadeo entre las élites. Ello no quiere decir que fuera totalmente ilegítimo o no representativos, pero sí que no abordaba las preocupaciones de muchos de los grupos marginados y desencantados en Yemen. Los houthis eran uno de estos, pero no los únicos. De hecho, cuando la milicia chií hizo sus primeros pinitos hace un par de décadas, su objetivo era ganarse una parte del pastel en el Gobierno controlado exclusivamente por los sunís. La batalla nunca ha sido una lucha entre buenos sunís y malos chiís: es un conflicto por la autoridad, el poder y la riqueza. En la Antiguedad estos conflictos eran conocidos como guerras tribales.
Tanto Arabia Saudí como los miembros de la coalición que ésta lidera, al igual que todo aquel que ha apoyado la intervención, tiene la esperanza de que el uso de la fuerza pueda alterar gradualmente el equilibrio interno de poder en Yemen. También obligar a los houthis a sentarse a la mesa de negociaciones de paz no sólo con el gobierno electo sino con otras facciones yemeníes. Ello incluye al movimiento separatista del sur, el Congreso General del Pueblo encabezado por Saleh -que muchos afirman ya ha cambiado de bando y ha pedido sopitas a los saudís-, y la Congregación Yemení para la Reforma (Al-Islah), rama de los Hermanos Musulmanes en Yemén antiguamente respaldada por los saudíes. El matiz más triste es que a pesar de intervenciones y expresiones grandilocuentes, nadie desea un Yemen fuera de control, pero nadie ansia tampoco un Yemen en el que reine por completo la estabilidad, un Yemen autónomo de toda potencia paternalista.

La tragedia en último caso es que ninguna alternativa parece prometedora para los propios yemeníes, una sociedad que sigue enfrentándose a amenazas titánicas, que sin duda no se verán solucionadas -más bien todo lo contrario- por una guerra larvada sin fin. La intervención militar resulta enormemente costosa a nivel político y humano. Los yemeníes, que en un momento pedían ayuda externa a gritos, se muestran hoy confundidos por el giro repentino e inesperado de los acontecimientos en su país y se preguntan ya si una coalición que está causando tal destrucción en su país podrá en última instancia salvarlos de la anarquía. Para muestra un botón: la intervención acabará con lo poco que queda del ejército yemení, dejando tras de sí vacio securitario y caos en ausencia de cualquier fuerza de seguridad capaz de imponer su autoridad. Todo ello sin haber derrotado por completo -a no ser que se recurra a una intervención terrestre- a los houthis. Algo similar a una nueva Libia, sazonada con grandes dosis de indiferencia occidental. La tormenta perfecta.

Este artículo fue publicado en Passim el 9 de abril de 2015.

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