En un artículo escrito para The New York Times la pasada semana, el intelectual y político canadiense Michel Ignatieff abría la caja de Pandora: “Estados Unidos y sus aliados están en guerra con el Estado Islámico en Siria - bien, todo el mundo está de acuerdo en que son una amenaza - pero acaso no tenemos responsabilidad ninguna frente a los refugiados que huyen de los combates?". El exvicepresidente republicano Dick Cheneyrecogió el guante el domingo y apuntilló que la crisis de refugiados de Europa es "consecuencia directa de la política exterior fallida del presidente Obama”. |
Mientras que el presidente norteamericano y su Gobierno pueden enorgullecerse y gritar a los cuatro vientos lo necesario que era el acuerdo nuclear alcanzado con Irán, no es menos cierto que gran parte de los conflictos en los que hoy está sumido Oriente Próximo son consecuencia - directa e indirecta - de una política exterior que nació de buenas intenciones y de una inspiración ciertamente wilsoniana. Aunque no pueden ni deben pasarse por alto los factores - exógenos y endógenos - que han llevado a esta situación, tampoco puede hoy negarse el importante papel que han jugado las decisiones en política exterior de Obama y su Administración. No es menos cierto que el contexto del que partían, marcado por los desatinos de la era Bush junior que culminaron en la invasión de Iraq, era cuanto menos complicado. El objetivo era desvincularse de Oriente Próximo, que Estados Unidos dejara estos problemas en manos de otros que estuvieran mejor posicionados para solucionarlos, que no se comprometiera si no existían soluciones evidentes. Una política ejemplificada por dos mantras: "lead from behind" y "menos es más". Una política en exceso cautelosa que intentaba evitar errores del pasado simplemente arrinconando al mismo.
Una política que con Irak ya provocó frunces de ceño, que con Libia generó dudas y críticas, y que con Siriademostró a todas luces haber fracasado. El ejemplo paradigmático lo representan las múltiples ‘líneas rojas’ que tan descaradamente ignoró el régimen de Bashar al-Assad. Hasta que unos barbudos que colgaban ejecuciones en internet amenazaron con rescatar en cierto modo en nombre de Allah la gran pesadilla de la América moderna, el 11S. En este caso el enemigo estaba perfectamente definido, y el pueblo estaba del lado del Presidente. Los bombardeos sobre Daesh no han cesado, pero el grupo sigue expandiéndose y cometiendo atrocidades allí por donde pasa. Tampoco han cejado los ataques del Ejército sirio sobre objetivos civiles. Ni los asesinatos indiscriminados de las milicias chiitas en Iraq. A nadie se le pasa por alto que los antiguos líderes de las tropas de Saddam Hussein dominen hoy las filas yihadistas. En Libia, una vez derrocado - y brutalmente asesinado - Muammar Gaddafi, no acabó la rabia. Ni mucho menos: mil y una guerras, un Estado inexistente, clientelismo a raudales y armas por doquier dejan a muchos preguntándose por el porqué - o más bien el cómo - de la intervención en 2011. Obama restableció en marzo la ayuda militar a Egipto, donde régimen de al-Sisi se envalentona y reprime con impunidad a islamistas y activistas. Y no hay que ir muy lejos para descubrir de dónde provienen muchas de las armas que la coalición liderada por Arabia Saudí utiliza para despedazar Yemen .
Lo demuestran los miles de refugiados que prefieren poner en riesgo su vida o la de sus hijos, ser desdeñados por líderes europeos o maltratados por nazis húngaros, antes que enfrentarse a la muerte segura o la miseria absoluta que les aguarda en sus países de origen. El coste humanitario, no de la inacción, sino de acciones equivocadas disfrazadas de pasividad, por parte de los estadounidenses, resulta aún difícil de calcular en su totalidad pero todo apunta a que no dejará de rondar al mundo entero durante los próximos años. Colin Powell lo dejó claro cuando al referirse a Iraq señaló:"You break it, you own it".
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