El pasado 20 de abril, Irak celebró elecciones locales, las primeras elecciones en el país árabe desde que las tropas estadounidenses abandonaran definitivamente su territorio en diciembre de 2011. El voto se vio sin embargo empañado por la explosión de pequeñas bombas y el lanzamiento de proyectiles de mortero en y sobre varias mesas electorales. Durante las semanas, e incluso meses, anteriores a lo que algunos consideran una verdadera prueba de fuego con vistas a las próximas elecciones parlamentarias previstas para 2014, la campaña se caracterizó por una alarmante escalada de la violencia que culminó con el asesinato de catorce candidatos, la mayoría de ellos sunitas. La reanudación de las tensiones latentes entre la comunidad chiíta del Primer Ministro Nouri Al-Maliki, la minoría sunita y la población kurda lleva tiempo erigiéndose como la pieza clave del delicado castillo de naipes que Irak representa en pleno núcleo del mundo árabe. El delicado equilibrio se ha ido resquebrajando golpe a golpe, bomba a bomba, y el país parece estar al borde de una nueva guerra civil. La última guerra sectaria tuvo lugar en los años 2006 y 2007, y dejó tras de sí decenas de miles de muertos y cientos de miles de familias resquebrajadas, así como un país hecho jirones que aún no se había recobrado de tanto odio y devastación.
Las elecciones locales
A pesar de que el resultado de las citadas elecciones no iba a determinar en ningún modo la composición del ejecutivo actual y de que, además, la votación no tuvo lugar ni en las provincias suníes de Anbar y Nínive, núcleo de las protestas más aguerridas, ni en Kirkuk, donde viven kurdos, árabes sunitas, ni en Turkmenistán, si que se consideraba que el recuento final podía dar una indicación de la popularidad de Nouri Al-Maliki y su partido islamista chií (irónicamente llamado Partido del Estado de Derecho), dado que los candidatos locales están en Irak afiliados a los principales partidos nacionales.
El voto sin duda ha representado un punto de inflexión, efectivamente, pero quizás no de la manera que muchos iraquíes habían esperado. Las elecciones, en las que aquellos que votaron (la participación fue extremadamente baja) lo hicieron siguiendo patrones sectarios, así como las circunstancias que las rodearon, levantaron acta de la progresiva normalización que experimenta el país, pero también al mismo tiempo de la enorme disfunción que aún impide cualquier prospecto halagüeño. Irak parece estar pagando un precio muy alto a cambio del orgullo de ser una respetada democracia y avanzar poco a poco hacia la estabilidad.
La escalada de violencia
Desde el comienzo del año, los ataques se han multiplicado y cientos de personas, principalmente en las áreas chiítas, han muerto (Iraq Body Count es una muy buena referencia en este sentido). El pasado abril fue el mes más violento desde hace casi cinco años: 712 personas murieron a lo largo y ancho del país, de acuerdo con cifras de Naciones Unidas. Se calcula que la mayoría de los ataques fueron organizados y llevados cabo por extremistas sunitas, en su mayoría miembros de tribus vinculadas a un grupo insurgente liderado por ex funcionarios del Partido Baath de Saddam Hussein, y el Estado Islámico de Irak, la rama local de Al-Qaeda, con el apoyo de otros componentes radicales en el seno de la comunidad suní.
Los ataques han tratado de capitalizar el descontento de la minorías con el gobierno de Nuri Al-Maliki. Cientos de miembros de la comunidad suní, que acusa al gobierno chiíta de discriminación y marginación, han venido organizando protestas semanales, que habitualmente tienen lugar después de las oraciones del viernes, avivando así, como ya comentamos en su momento, los rumores en torno a una posible “Primavera iraquí“. La insatisfacción suní, al mismo tiempo, se relaciona cada vez con mayor intensidad a un fuerte sentimiento de solidaridad regional suní avivada por sentimientos de hostilidad frente a un supuesto “eje chií” que vincularía Hezbolá, Bagdad y Teherán con el despótico régimen de Bashar Al-Assad. Maliki y sus aliados rechazan sin embargo ambas acusaciones y no cesan de afirmar que su objetivo principal es mantener un Irak unido y unificado, ajeno a cualquier tipo de sectarismo. Resulta interesante señalar no obstante que, al ser cuestionados sobre la autoría de los recientes ataques sangrientos, un no desdeñable número de iraquíes acusan no sólo a los islamistas radicales tales que Al-Qaeda y el partido prohibido Baath, sino también a los partidos mayoritarios. En efecto, la mayoría de las formaciones políticas iraquíes han creado y financian milicias armadas que a su vez han participado, de una manera u otra, en la violencia que azota el país. Ateridos por temores cada vez mas fundados que apuntan a la victoria de los rebeldes sunitas alineados con Al Qaeda en Irak en la guerra civil siria, los chiítas iraquíes recelan en cada vez mayor medida de una réplica de la “revolución siria”, mientras que los sunitas a su vez se sienten cada vez más poderosos y legitimados, en virtud del consiguiente aumento de la influencia suní en la región.
La actual escalada de violencia se ve caracterizada a su vez por nuevos desarrollos, como es en particular el éxito del Frente Al-Nusra, una filial de Al-Qaeda, en Siria, cuyos combatientes, armados no sólo desde el punto de vista material sino también estratégico, seguramente han retornado o retornarán a Irak en apoyo de la facción sunita. La violencia actual presenta también un factor agravante, esto es, el que su dimensión religiosa haya cobrado una especial relevancia, como demuestra el que los objetivos prioritarios de los ataques sean mezquitas, ya sean éstas chiís o suníes. La chispa más probable de esta escalada fue el ataque por parte del ejército y policía iraquíes de un campamento de protesta suní a las afueras de la ciudad de Kirkuk, hervidero de gran parte de la violencia, que dejó tras de si un número significativo de víctimas y fue considerado una provocación por muchas autoridades del país. Según tanto investigaciones del gobierno como la versión de diplomáticos extranjeros, la seguridad iraquí aparentemente hizo uso de una fuerza desproporcionada, llegando incluso a disparar a civiles desarmados.
La democracia iraquí
No contribuye en ningún modo a la desfavorable situación el mal estado en el que se encuentra la democracia iraquí, siendo su principal, o al menos más llamativa característica, un preocupante autoritarismo in crescendodel Gobierno chiíta de Maliki, apoyado por Irán, y cuyos vínculos con el régimen sirio es cada vez más difícil desmentir. La única reacción hasta ahora de Nuri Al-Maliki ha consistido en instar al diálogo para calmar las tensiones, prometiendo no obstante al mismo tiempo que no dudará a la hora de volver a recurrir a la intervención de las fuerzas de seguridad. Respecto al último punto, sin embargo, no escapa a casi nadie la realidad de la que el mandatario tiene que ser consciente: el riesgo de fractura que amenaza al ejército, de nuevo conforme a líneas sectarias que parecen romper la región en dos, al igual que ocurrió con la población hace unos años (hace varias semanas, el influyente clérigo suní Sheik Abdul Malik al-Saadi, a punto estuvo de llamar a la revolución a los soldados de su confesión). Los iraquíes todavía se aferran a la posibilidad de que los soldados se niegan a atacar a su pueblo, algo que algunos consideran la diferencia clave entre Egipto, Túnez y Libia, por un lado, y Siria por el otro.
Una de las razones con las que Estados Unidos justificó su intervención en 2003 (además de la discutible y tan comentada presencia de armas de destrucción masiva) fue la necesidad de que Irak diera por fin de lado al autoritarismo y se convirtiera en un país democrático (a continuación y en teoría, otros países hubiesen seguido su ejemplo). Este objetivo se ha logrado, como los recientes comicios parecen demostrar, pero… ¿a qué precio y en qué medida? Los iraquíes tienen derecho votar, pero Irak carece de los ingredientes básicos de una democracia sana: la protección de los derechos humanos y libertades fundamentales, la estabilidad, la igualdad y la justicia, las condiciones para que un individuo pueda desarrollarse… Y, sobre todo, y contrariamente a lo que sucedió con los levantamientos en Egipto o Siria, los iraquíes se están distanciando de un secular nacionalismo, para en su lugar abrazar identitarianismo y sectarismo.
Algunos analistas también creen que lo que hoy es diferente respecto de 2006 es que, esta vez, todo parece girar no sólo en torno a creencias rivales, sino también y sobre todo a intereses políticos, dado que los ataques violentos están organizados principalmente por grupos sunitas cuyo fin confeso es derrocar al gobierno. Lo que está en juego hoy en día es si Irak será capaz de sobrevivir como un país o no. Al igual que la región kurda ha venido haciendo desde hace años, los sunitas en la actualidad demandan un mayor grado de autonomía, algo que Maliki y sus aliados no están dispuestos a aceptar.
En un reciente discurso televisado, Maliki afirmó que si el fuego del sectarismo es atizado, todos verán sus dedos quemados por el mismo. De hecho, una peligrosa escalada del conflicto sectario en Irak constituye una nueva amenaza para la estabilidad regional. Lo que estallaría no sería únicamente una guerra civil, sino que a la vez se sembrarían las semillas de una ineludible confrontación generalizada entre sunitas y chiítas, una conflagración regional de consecuencias y extensión imprevisibles.
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