Parece que mayo es un buen mes para las revoluciones… Tal vez sea el clima más cálido, tal vez sean las hormonas alteradas por la primavera, tal vez sea la necesidad de escapar de la biblioteca que sienten muchos universitarios, que prefieren luchar por su país antes que revisar para sus últimos exámenes… Ocurrió en Argentina en 1810, sucedió también en París en 1968, fue el caso del Movimiento de los Indignados en Madrid en el año 2011 … Y quizás sea lo que está ocurriendo en la actualidad en Turquía.
¿Una nueva revolución turca?
Es la noticia de portada de casi todos los medios de comunicación: manifestaciones cada vez más multitudinarias están logrando paralizar el que algunos consideran como uno de los países más enigmáticos del mundo: dividido entre Europa y Asia, componente clave de Oriente Medio sin ser un país árabe; estado mayoritariamente musulmán, profundamente influenciado, sin embargo, por un fuerte pilar secular; país que aún recuerda con nostalgia su pasado como uno de los más grandes imperios y que en consecuencia parece estar tratando de recuperar esa condición a través de lo que muchos llaman el “modelo turco”… Un país en medio de una región caracterizada por la inestabilidad, que empero ha logrado prosperar a pesar de su localización y de sus muchas veces adversas condiciones naturales, cuya población parecía contentarse con la mejora de la situación económica y actuar con complacencia ante la emergencia de un país cada vez más autoritario. Un territorio que ha despreciado a los europeos en los últimos años (europeos que a su vez han puesto obstáculos a su adhesión durante años al tiempo que permitían la inclusión de opciones más cuestionables), al mismo tiempo aproximándose a un mundo árabe más dispuestos a aceptar de buen grado los gestos de su vecino y antiguo colonizador.
Las protestas de la Plaza Taksim no estallaron hace cuatro días. Han ido teniendo lugar regularmente a lo largo de las últimas semanas, y se están erigiendo como nuevo símbolo de esperanza para los jóvenes de todo el mundo. Hasta el momento, se trata de las protestas más numerosas organizadas contra el gobierno de corte islamista moderado del Partido Justicia y Democracia (AKP por sus siglas en turco) desde que este subió al poder en 2002. El origen de la protesta fueron varias manifestaciones contra un proyecto de desarrollo urbano en Estambul. Grupos ecologistas, vecinos y sindicatos voceaban su descontento por la destrucción del Parque Gezi, donde el ayuntamiento planeaba reconstruir unos viejos cuarteles otomanos, derruidos en los años 40, y que ahora irían anexados a un centro comercial. Esta opaca operación fue puesta en marcha sin abrir ningún procedimiento de consultas, al igual que muchos faraónicos proyectos urbanísticos iniciados en los últimos meses por el gobierno (el hecho de que Erdogan fue alcalde de la ciudad puede tener algo que ver): un aeropuerto gigante, un canal en el Bósforo, un tercer puente sobre el estrecho, una mezquita gigantesca en la colina de Camlica… La Plaza fue cerrada por las autoridades, que alegaron razones de seguridad, el 1 de mayo, pero la gente volvió a las calles y esta vez no era únicamente la arquitectura lo que les motivaba. Se trataba de mucho más. Las renovadas protestas reunieron decenas de miles de enojados turcos y no se circunscribieron a Taksim y sus alrededores. Ni siquiera a la propia Estambul, ya que se han extendido a otras ciudades, principalmente Ankara e Izmir. Y esto no es todo. Los manifestantes esta vez apuntan más alto: el principal punto de mira de su ira es el gobierno turco, en especial su controvertido Primer Ministro, Recep Tayyip Erdogan.
Erdogan, el primer ministro de Turquía, en entredicho
Estos últimos años, Erdogan (también su gobierno, aunque en menor medida) ha sido acusado de creciente autoritarismo, así como de adoptar una postura extremadamente personalista y paternalista. El pobre historial en materia de derechos humanos ha sido puesto de relieve durante años por diversas organizaciones, como es el caso en particular de Human Rights Watch y Amnistía Internacional. El tratamiento que reciben los periodistas es especialmente truculento. La progresiva invasión de la esfera pública por la religión también ha sido ampliamente criticada por muchos entre la población del país, sean estos religiosos o no. No olvidemos que el país, en realidad creado en 1923, estuvo desde el principio claramente influenciado por la revolución secular liderada por Mustafa Kemal Ataturk.
Erdogan destaca hoy en día como una figura enormemente divisiva: ampliamente popular en las regiones más conservadoras gracias sobre todo a sus credenciales religiosas, no es sin embargo un líder del gusto de las jóvenes clases educadas urbanitas de Estambul y Ankara. Recientemente, un proyecto de ley que restringe la venta, publicidad y consumo de alcohol, justificada por motivos de seguridad vial, ha sacudido los mismos cimientos de la sociedad turca, en lo que muchos consideran un paso mas hacia la progresiva creación de un moderno Estado religioso, en la misma línea de la prohibición de “besos públicos” en el metro de Ankara.
Los manifestantes eran en su mayoría jóvenes y presentaban orígenes diversos, aunque la mayor parte prefieran etiquetarse como nacionalistas laicos (la efigie de su líder por excelencia ha sido vista en varias banderas ondeando en sentadas y manifestaciones), socialistas, alevíes y/o kurdos. Ellos fueron los primeros en estar allí, movidos por el resentimiento y la indignación que se han ido acumulando durante años. Al principio, cuando el movimiento no parecía conllevar réditos políticos, no fueron ni apoyados ni acompañados por la “oposición establecida” (sí más tarde por el Partido Republicano del Pueblo), pero recibieron el apoyo de tres de los principales clubes de fútbol de Estambul.
Su número fue creciendo gracias al uso de las redes sociales (muchos manifestantes se han quejado de la falta de cobertura por parte de los medios de comunicación turcos, aparentemente más preocupados por la elección de Miss Turquía), los hashtags #OccupyTaksim o #OccupyGeziPark se tornaron virales principalmente en Facebook y Twitter , donde los jóvenes compatriotas y extranjeros que compartían agravios y frustración decidieron tomar la calle y gritar al viento sus demandas. Fueron entonces confrontados por las fuerzas de seguridad, que han sido ampliamente acusadas de uso excesivo de fuerza, dado que los cañones de agua y gases lacrimógenos dejaron tras de sí decenas de heridos, estallaron violentos enfrentamientos, sucedidos por arrestos masivos. A ello se sumó el hecho de que varios testigos afirman haber visto a matones de paisano que decían ser policías municipales y que quemaron las tiendas de campaña apostadas en el parque. Organizaciones de derechos humanos y líderes políticos a lo largo y ancho del planeta han denunciado la violenta represión. Algunos hablan ya de más de un millar de heridos, y Amnistía Internacional incluso ha mencionado la muerte de dos personas. Los sentimientos de los manifestantes también fueron compartidos por sus hermanos en los países vecinos, aquellos que atravesaron procesos de similares características dos años atrás. Hasta cierto punto, resulta comprensible que algunos insinuaran que sentían estar viviendo una “primavera turca”.
Turquía, el “buen alumno” del liberalismo
Sin embargo, resulta vital señalar que estas manifestaciones no son equivalentes a las que tuvieron lugar en Egipto, Túnez y otras piezas de dominó de la “Primavera Arabe”. Sobre todo porque, a pesar de todas sus desventajas y puntos débiles, Turquía sigue siendo, en esencia, una democracia. Erdogan fue elegido libremente por su pueblo. Fue, de hecho, elegido dos veces. Aunque resulte difícil de creer hoy en día, Turquía es un país mucho más abierto de lo que era hace dos o tres décadas.
Turquía se erige como el “buen alumno” de las medidas de liberalización que se han puesto en marcha durante la última década en muchos países del antiguo “Tercer Mundo”, en particular en países vecinos como Egipto y Marruecos, pero que no obstante no llevaron a tan buen puerto. No solo la liberalización económica llevó a una notable expansión económica, sino que también la liberalización política poco a poco ayudó al país a escapar de un estricto gobierno militar , representando el proceso ”Ergenekon” un punto de inflexión en este sentido. La pregunta sigue siendo … ¿a qué precio? ¿Al precio de romper una cierta identidad turca compartida por una gran mayoría? ¿Al precio de recortar derechos básicos en favor de la mayoría sunita ortodoxa? ¿Al precio de perturbar la vida diaria del turco de a pie por el bien de la estabilidad? ¿Al precio de amordazar a nadie que se atreva a expresar disenso, ignorando así cualquier atisbo de libertad de expresión y de reunión?
Hasta el momento, Erdogan ha optado por mostrar una actitud envalentonada y desafiante, minimizando en más de una ocasión la importancia y el tamaño de las protestas, aunque tanto él como varios funcionarios han admitido que se han constatado irregularidades cometidas por la policía. Parece que el proyecto de Taksim y otros seguirán su curso como estaba previsto, sin embargo. Muchos han creído ver un atisbo de esperanza con la suspensión del proyecto por un tribunal y la decisión de retirar a todos los oficiales de policía del lugar de las protestas. Además, los sindicatos del país han organizado una huelga general el próximo 5 de junio, que podría poner aún más en peligro la posición del gobierno. Simbólicamente, el presidente moderado Abdullah Gul ha pedido a los gobernantes que “presten atención a diferentes ideas y preocupaciones”. Se rumorea que Erdogan espera convertirse en presidente en 2014. Pero un número creciente de sus compatriotas creen que ya es suficiente. ¿Por qué iban ellos a elegir a alguien que critica a los dictadores árabes, pero que se está convirtiendo en lo mismo?
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