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El juicio de Mubarak: ¿el golpe de gracia de la Revolución?

Se puede decir que Egipto está pasando por una de sus peores rachas. La sentencia de lo que ya ha sido llamado el “juicio del siglo” fue recibida el 29 de noviembre con vítores en el interior del Tribunal Penal de El Cairo y con lágrimas de impotencia a lo largo y ancho de todo el país. Como en anteriores ocasiones, el antiguo Presidente Hosni Mubarak fue transportado en camilla y desde la jaula en la que se introduce a los acusados, ataviado con gafas de sol y una sempiterna rebeca azul marino, su mirada parecía más impasible y distante que nunca. El juez fue inequívoco e intentó adoptar un semblante neutral al declarar que no era “adecuado que un ex Presidente fuera juzgado ante un Tribunal Penal”. Y así, el dictador que gobernó Egipto durante casi 30 años y cuya destitución desató aullidos de alegría y sueños idealistas – tanto dentro como fuera del país-, fue liberado de todos los cargos relacionados con el asesinato de manifestantes durante la denominada revolución de 2011.

Semanas después de su derrocamiento, Hosni Mubarak fue acusado en un primer lugar de corrupción y malversación de fondos. Él y el ex ministro del Interior Habib el-Adly fueron condenados a cadena perpetua en 2012 por los mismos cargos que un tribunal de apelaciones aceptó revisar en abril de 2013 y por los que fueron absueltos la semana pasada. Por si esto fuera poco, Mubarak fue además absuelto de todos los cargos de corrupción que se habían presentado contra él y sus hijos, Alaa y Gamal. A la vista de que Mubarak había sido condenado el mayo pasado por un tribunal de El Cairo a tres años de prisión por malversación de fondos, la reacción inmediata de los principales medios de comunicación fue asumir que el ex presidente continuaría cumpliendo la pena en un hospital militar en El Cairo. Algo que sin embargo todavía no ha quedado claro, ya que nadie parece saber a ciencia cierta si su estancia en prisión desde abril de 2011 será tenida en cuenta a la hora de computar el tiempo de condena (lo que sí debería ocurrir de acuerdo con la legislación egipcia).

Mubarak c'est Fini [Vía marcovdz Flickr]
Mubarak c’est Fini [Vía marcovdz Flickr]

A pesar de que el fiscal superior anunció de inmediato que impugnará la decisión de la Corte, la sensación generalizada apunta a que se ha tratado ésta de una decisión política. Aún así, algunos en El Cairo no cuestionan -o quizás no se atreven a hacerlo- la independencia del poder judicial y achacan la decisión a varios aspectos técnicos. La versión oficial establece que el plazo por estas acusaciones había precluido, y que, por lo tanto, el tribunal competente para pronunciarse sobre las mismas carecía de competencia. Al parecer, el que la Fiscalía no acusara a Mubarak hasta tres meses después tras su salida podía ser interpretada como una decisión implícita según la cual no había base para un juicio penal. Tampoco cabía la posibilidad de declarar culpables por complicidad a aquellos que dieron órdenes a oficiales que también han sido liberados. Aún menos cuando las órdenes que las fuerzas de seguridad recibieron dejaban aparentemente claro – según la sentencia – que debía tratarse “cortésmente” a los manifestantes. Todo apunta a que el por entonces fiscal general actuó como un peón para los militares, que convirtieron -y siguen haciéndolo hasta el día de hoy- un sistema judicial que hace años hacía enorgullecerse a propios y ajenos en una burla. Algo que no parece ser tan descabellado si se tiene en cuenta que la institución ha condenado estos últimos meses a más de 1.000 acusados por delitos en la mayoría de ocasiones relacionados con la libertad de asociación y expresión, a penas de muerte.

Muchos creen que es el régimen quien desalienta y co-opta a los jueces independientes que puedan quedar. La tendencia resulta sin embargo aún más inquietante: el problema reposa en el discurso público dominante, en el cansancio generalizado y el miedo, así como en el lavado de cerebro continuo, ingredientes que han contribuido a dar forma a un poder judicial que acaba por cumplir e implementar los deseos del régimen sin que ni siquiera sea necesario que se le fuerce a ello. Antes de su caída -y más que probablemente consciente de su delicada situación-, Mubarak desempeñó a la perfección la tarea de desmantelar la independencia judicial y así modelar un cuerpo conservador claramente defensor de una narrativa pro-estabilidad. Exactamente lo mismo ha ocurrido con una enorme mayoría de la población, y Egipto es hoy una nación más polarizada que nunca.

¿Fue la decisión realmente una sorpresa? Un aspecto a considerar es que la absolución de todos los acusados es más representativa que el propio veredicto de Mubarak. Muchos piensan que en realidad éste nunca dio la orden de matar a los manifestantes, tal y como declaró el año pasado. Y es que Mubarak fue juzgado junto con sus dos hijos, su jefe de seguridad y seis de sus ayudantes. Todos ellos fueron absueltos. También fue enjuiciado, en este caso por cargos de corrupción relacionados con la exportación de gas a Israel, el empresario y gran amigo de Mubarak, Husein Salem, juzgado in absentia ya que hoy en día se encuentra en España. El veredicto no hace por tanto más que erigirse en otro importante revés, y tal vez el último golpe, para aquellos que encabezaron la “fase egipcia” de la Primavera Árabe.

Miles de personas transmitieron el mismo mensaje a través de Facebook y Twitter: el #MubarakTrial es una llamada de atención para todas las facciones revolucionarias en Egipto. “Si dejamos que esto pase de largo, ello significará que el 25 de enero está definitiva y verdaderamente herido de muerte.” La frase corre pues el riesgo de ser percibida como el certificado de defunción de la revolución, y de que en el juicio no se decidía sobre el futuro de un puñado de individuos, sino de toda la idea del levantamiento de 2011. En efecto, muchos de los revolucionarios se encuentran ahora en la cárcel, se han retirado de la política, o han huído del país, mientras que Mubarak y sus amigos están de vuelta, o por lo menos son libres de hacerlo. El familiar de un mártir fue contundente al respecto: “la revolución era sólo un juego para el pueblo. Mi hermano soñaba con pan, libertad y justicia. Su sueño murió en vano”.

Por otra parte, y a pesar de que más de 850 manifestantes perdieron la vida en los 18 días de lucha que llevaron a Mubarak a dimitir y a la SCAF (Consejo Superior de las Fuerzas Armadas) a tomar las tiendas del países, el juicio sólo se ocupaba de la muerte de 239 manifestantes, cuyos nombres fueron ceremoniosamente enumerados en la hoja de cargos. Después de la revolución, los egipcios fueron encandilados con promesas de justicia transicional que nunca vieron la luz. La reconciliación parece ahora menos probable que nunca. “Es como si se hubieran suicidado en masa”, decía otro familiar. ¿Serán los millones de personas que perdieron a sus hijos, esposos y amigos en las calles amordazados y/o silenciados de nuevo?

La sentencia también consagra un lugar privilegiado para las teorías conspiratorias tan populares en Egipto y otros países árabes. Una parte no desdeñable de las 280 páginas se esfuerza sobremanera en justificar que los eventos de 2011 tienen su origen en una conspiración americano-sionista que tenía como objetivo dividir el país, ayudados no sólo por los Hermanos Musulmanes -a los que se culpabiliza de todos los actos violentos de ese periodo- sino también por actores extranjeros como Hamas y Hezbollah.

Toronto Rally For Egypt Against Mubarak [Vía Ryan Flickr]
Toronto Rally For Egypt Against Mubarak [Vía Ryan Flickr]

Resulta difícil evitar preguntarse si no se trata tanto del fin de la revolución, sino de la legitimación de los recién llegados. El veredicto representaba la absolución del régimen. De dos regímenes: tanto del de Mubarak como del de Sisi. Este último está demostrando ser aún más despiadado que los anteriores, y desde el golpe de estado que el 3 de julio derrocó a Mohammed Morsi, los gobiernos consecutivos lanzaron una amplia ofensiva contra no sólo los Hermanos Musulmanes y sus partidarios, sino también contra decenas de activistas no relacionados con la religión, incluyendo a algunos de los líderes de la sublevación de 2011. La gama de excusas ha sido bastante amplia: desde el terrorismo hasta la violación de la controvertida ley anti-protestas, pasando por la traición al Estado. El régimen y su estado profundo han cambiado a peor, y su mensaje es inequívoco: “Estamos aquí con toda la fuerza, si se nos quiere les protegeremos, si no, estad preparados para lo peor”. En este sentido, algunos creen que el juicio de Mohammed Morsi será la prueba de fuego real del régimen. El ex-presidente islamista se enfrenta a una serie de cargos que incluyen el asesinato de manifestantes. Estos cargos podrían verlo incluso condenado a muerte.

Por último, pero no menos importante, las palabras del juez Mahmoud al-Rashidi dejaron un gusto agridulce, cuando éste alabó la revolución de 25 de enero y subrayó que sus objetivos -libertad, pan y justicia social- eran legítimos. La revolución no sólo derrocó a un dictador odiado. El pueblo egipcio probó la libertad y recobró la esperanza por primera vez en décadas. Los veredictos, los nombramientos y las palabras vacías pueden ser retractados. No es el caso, afortunadamente, de la sensación que deja tras de sí haber experimentado lo que es la libertad.

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