Señores y señoras, se cerró la mesa para las apuestas al quién sería quién en Europa que abrieron las elecciones del pasado 15 de mayo. Y no quedó nada claro si existía alguien sobre la faz de la tierra que pueda enorgullecerse de haber obtenido un pleno en la quiniela europea. Si ya la nominación – que no elección – de Jean Claude Juncker como Presidente de la Comisión Europea adquirió por momentos tintes de tragedia griega en la que se entrecruzaban acusaciones de toda índole, la designación de quién iba a acompañar al luxemburgués en esta hercúlea tarea que será insuflar vida a una maltrecha Unión Europea no se quedó corta.
Dos serán las otras cabezas visibles de la Unión, como resultado de un proceso decisorio decididamente marcado por la crisis en Ucrania y no por los cinco últimos años que han venido erosionando la credibilidad y posición de Bruselas: el polaco Donald Tusk – Presidente del Consejo Europeo, en un claro gesto a los más conservadores y a una Europa del Este deseosa de ver reconocido su talante europeísta, y Federica Mogherini – Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, única representante de la izquierda, que parece partir con desventaja como consecuencia de las numerosas críticas contra su escasa experiencia política.
En su discurso “inaugural” ante el Parlamento Europeo, Juncker no defraudó a sus valedores y se valió de la retórica inspiradora que muchos echaban en falta: “quiero una Unión Europea que sea grande y ambiciosa en las cosas grandes y más pequeña y modesta en lo más pequeño”. Ya decía Alcide de Gasperi que “un político mira a las próximas elecciones y un estadista mira a la próxima generación”: una declaración de intenciones clara y ambigua al mismo tiempo que en ocasiones recordó al difunto Delors, que en su momento consiguió que muchos europeos recobraran el europeísmo idealista que, a base de acelerones y frenazos, consiguió que Europa se convirtiera en un punto de referencia, en un faro, en numerosos campos en los que – no lo olvidemos – hoy sigue destacando, como son la educación, el comercio, el respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales, la calidad de vida, el mantenimiento de la paz…
Dinámica de trabajo de la Comisión Europea 2014-2019
La gran crisis financiera y económica que estalló en 2008 puso en entredicho muchos de los fundamentos sobre los que las antiguas Comunidades Europeas se habían ido erigiendo, no sólo desde el punto de vista del estado del bienestar, sino sobre todo de la confianza de los ciudadanos en la propia idea de organización supranacional capaz de garantizarles todo aquello que se les había prometido, e incluso en algunos supuestos de protegerles de todo aquello a lo que nunca habían temido.
La clave de bóveda de este nuevo proyecto consiste en basar la estructura de su Nueva Comisión en, como el propio Juncker señaló, project teams (la página web los denomina “equipos responsables de proyectos”; seguimos esperando a que se les ocurra pronto un nombre con más encanto), en los que un Vicepresidente tendrá la responsabilidad de coordinar la labor de varios comisarios.
El nuevo Presidente de la Comisión dejó claras las prioridades de la Comisión Europea en sus ambiciosas Directrices Políticas: la creación de empleo, el crecimiento y la inversión, la compleción de un verdadero mercado único digital y de una ansiada Unión de la Energía, y la puesta en marcha de una Unión Económica y Monetaria que evite que la Unión se vuelva a ver sumida en una crisis como la de 2008 y que se muestre lo suficientemente fuerte como para resistir las embestidas de un mercado en el que las voces de Casandra se muestran más que dispuestas estos últimos tiempos a sembrar la discordia. De ahí los nombres de cuatro project teams: “Nuevo impulso a la creación de empleo, crecimiento e inversión”, “Mercado Único Digital” motor de la economía real, “Una Unión de la Energía resiliente con una política de cambio climático que mire hacia el futuro” y “Una Unión Económica y Monetaria más justa y más profunda”.
El who is who de la nueva Comisión Europea
La nueva Comisión se ha dotado de siete Vicepresidentes, aunque sólo dos de ellos tienen poder ejecutivo: el Vicepresidente primero y Comisario para la Mejora de la Legislación, las Relaciones Interinstitucionales, el Estado de Derecho y la Carta de los Derechos Fundamentales, Frans Timmermans, y la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Todos ellos tienen la posibilidad de recurrir a un instrumento novedoso que puede resultar determinante, como es el poder de veto, y podrán bloquear cualquier iniciativa proveniente de cualquiera de los Comisarios dentro de su equipo de trabajo. La principal labor de los Vicepresidentes consistirá por tanto en liderar los project teams y así evitar duplicidades.
Aunque muchos se empeñen en que no importa tanto el quién sino el cómo, la designación de algunos nombres y la vinculación de estos últimos con carteras determinadas son asuntos dignos de mención, como bien demostró la remodelación de la institución a la que obligaron las audiencias en el Parlamento Europeo (punto a favor para la Cámara, por cierto). En este sentido resulta esclarecedor el nombramiento del británico Jonathon Hill como Comisario de Estabilidad Financiera, Servicios Financieros y Unión de los Mercados de Capital. Es decir, un euroescéptico (pertenece al grupo conservador ECR) proveniente de Londres decidirá sobre la mayoría de las reglas que afectan a la “City”. También ha resultado cuanto menos controvertida la designación de Miguel Arias Cañete como Comisario de Energía y Acción por el Clima, que jugará un papel clave en las futuras negociaciones en el marco de la lucha contra el cambio climático y en el cumplimiento de los objetivos fijados por la Unión para 2030. Y por último, ¿qué puede decirse del hecho de que Pierre Moscovici, un nacional de uno de los estados miembros que atraviesan mayores dificultades financieras esté a la cabeza de la principal cartera económica? A pesar de la importancia de la que parecen ir revestidos estos puestos, no debe olvidarse que serán los correspondientes Vicepresidentes – del Mercado Único Digital, de Unión de la Energía y de Asuntos Económicos y Financieros – quienes tengan la última palabra.
El único aspecto en el que parecen haberse respetado al dedillo los resultados de las elecciones al Parlamento Europea es en la representatividad de los principales partidos políticos: quince Comisarios pertenecen al Partido Popular Europeo, ocho a la Alianza de Socialistas y Demócratas, y cuatro a ALDE (Liberales y Demócratas). Muy cacareada en la prensa ha sido la presencia de féminas en el Colegio de Comisarios. 9 de 28 Comisarios son mujeres, y ello únicamente gracias a la enorme presión que Juncker recibió a lo largo de los últimos días de deliberación. Quizás el haber fijado como objetivo el aumentar a un 40% el porcentaje de mujeres en puestos de nivel directivo alto y medio tenga algo que ver con ello.
¿Uno de los puentes fuertes del “Team Juncker”? La experiencia y rédito político de la gran mayoría de sus miembros, que hará más difícil ningunearlos como se hizo con muchos representantes de las Comisiones Barroso. Puede que la mayoría de Vicepresidentes no provengan de los países que parten la pana sino de estados miembros de tamaño reducido y perfil más bien bajo, pero lo relevante es que todos son antiguos jefes o miembro de gobierno que con los años se han hecho conscientes de lo dañinos que los personalismos pueden resultar para la gobernanza.
Todo ello en un marco en el que la Comisión se ha comprometido, esta vez de manera formal, con dos objetivos clave como son la mejora de la legislación y el respeto del principio de subsidiariedad y de las limitaciones presupuestarias. Algo apremiante si se tienen en cuenta las principales críticas que la Unión lleva años recibiendo, simbolizadas por el descontento al origen de la popularidad de los partidos eurófobos que ocuparán un número no desdeñable de escaños en el Parlamento Europeo de la legislatura 2014-2019. Aunque la mayoría de mitos que circulan sobre presupuestos pantagruélicos, burocracia descomunal y legislación ultra-intrusiva son fáciles de desestimar, no es menos cierto que la eficiencia no ha sido durante los últimos años la constante ni de la Comisión en particular ni de la Unión en su totalidad, algo que queda en evidencia a la vista de reglamentos que determinan la forma y medida de los plátanos que pueden venderse en el seno de la Unión. ¿El mensaje oculto detrás de este planteamiento? Ni soñar del cambio de tratados del que tanto se habló al comienzo de la crisis, y que exigen decisiones tan sensibles como la de inyectar dinero en el sistema siguiendo el modelo del Quantitative Easing estadounidense.
Política exterior, ampliación e inmigración
En lo que a la política exterior de la Unión respecta, Juncker anunció que los Comisarios de Política Europea de Vecindad y Negociaciones para la Ampliación, de Comercio, de Cooperación y Desarrollo Internacional, y de Ayuda Humanitaria y Gestión de Crisis podrán sustituir a Federica Mogherini cuando la Alta Representante, bajo un proyecto de sugerente nombre “Una posición más fuerte en la escena mundial”, lo estime necesario. El primer Comisario y la Alta Representante al menos cuentan con la garantía de no tener que verse enmarañados en un nuevo proceso de ampliación, en lo que parece ser un tácito reconocimiento de lo difíciles que han resultado de digerir las ampliaciones de 2004 y 2007, en la que se incluyó en el exclusivo club de la UE a países que parecen haber vuelto a las andadas o que incluso nunca se adaptaron completamente a los estándares europeos, como es en particular el caso de Hungría, Chipre, Rumanía y Bulgaria. Y es que nadie en Bruselas se plantea siquiera codearse con países como Serbia y Turquía cuando queda claro que son incapaces de domar a sus vecinos y de contribuir a la estabilidad en los vecindarios sur y este. También merece mención la inserción expresa de la etiqueta “inmigración” en la cartera de asuntos de interior, en un claro brindis – esperemos que no al sol – a las reclamaciones que los países del sur han venido entonando estos últimos meses, y de cuya urgencia la realidad reciente en el Mediterráneo no hace sino recordarnos día a día..
En una Unión en la que recuperar la política en el sentido más puro de la palabra – responder a las necesidades y exigencias de los ciudadanos que componen la polis europea -, Jean Claude Juncker quiere evitar que su Comisión siga siendo considerada la mera Secretaría de los estados miembros dando forma a un órgano cincelado por prioridades que los candidatos a las elecciones europeas corearon con convicción. Para ello será necesario que la Comisión se comporte como el verdadero órgano colegiado que creó el Tratado de Roma de 1957, anteponiendo en todo momento el interés comunitario a intereses partidistas y nacionales, y no permitiendo que los esfuerzos de coordinación entre ello impidan la propia toma de decisiones. El Presidente de la Comisión ha señalado en numerosas ocasiones que los Comisarios dejan su pasaporte en la puerta antes de entrar a deliberar.
La legitimidad que le confiere ser el candidato del partido que obtuvo la mayoría en los citados comicios le da Juncker un margen de maniobra mayor para poner en obra una arriesgada apuesta que no pocos ansiaban. Las diez prioridades que ha presentado para la legislatura parecen reflejar las necesidades mas acuciantes de la Unión. Su cacareado plan de inversión, sin embargo, no parece representar más que un castillo en el aire. Esperemos que Juncker no se convierta en otro representante de luces y sombras, de una de cal y otra de arena. En su autobiografía (Gluck Auf!), el propio Timmermans describió las instituciones de la UE como una ruidosa sala de máquinas, en la que trabajadores ataviados con sucios monos hablan entre sí en un idioma que los forasteros no entienden. Ojalá una estructura de la Comisión más transparente y manifiesta permita que los ciudadanos europeos volvamos a entender el idioma de Bruselas.
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