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Marruecos: ¿tercera vía o inmovilismo?

Aunque Marruecos no es uno de los países en los que se considera que estalló la “Primavera Árabe”, si que es un estado que varios expertos han aclamado como modelo alternativo para otros países árabes, una “tercera vía” que, sin embargo, muchos aún cuestionan.

El contagio de la “Primavera Arabe”

En febrero de 2011, miles de manifestantes, encabezados por el Movimiento 20 de febrero por el Cambio, inspirado en igual medida por Facebook y Twitter y por sus vecinos en Túnez y Egipto, se echaron a las calles de todo el país reclamando lo que parecía que varios de sus hermanos árabes estaban a punto de lograr: democracia, libertad para miles de presos políticos (sobre todo de afiliación islamista), la mejora de la situación económica (no olvidemos que estas revoluciones derivan en gran parte de anteriores “revoluciones del pan” y el reconocimiento de los derechos de las numerosas minorías ampliamente marginalizadas durante décadas e incluso siglos, en particular, los bereberes).
Sin embargo, y tal y como sucede tanto en otras monarquías árabes como Jordania o Kuwait, la mayor parte de la población, por el momento, ni siquiera se plantea desafiar la posición del Rey Mohammed VI, que ha recibido apodos como “el reformador” o “el rey de los pobres”, a pesar de que, según Forbes, su fortuna gira en torno a los 2,5 mil millones de dólares. El principal motivo de este “temor” tiene probablemente mucho que ver con el hecho de que cuestionar la autoridad del Rey es ilegal en el país norafricano, aunque no hay que olvidar que Mohammed accedió al trono como un monarca profundamente deseado y hoy en día continúa siendo apreciado por gran parte de la población.
El régimen intentó, en un primer momento, apaciguar las protestas, evitando sin embargo en todo momento recurrir a las duras medidas represivas por las que otros líderes de la región optaron. No obstante, tras varias semanas en las que las manifestaciones no disminuían en número e intensidad sino que, al contrario, la presión crecía y se comenzaban a escuchar advertencias provenientes del extranjero, el Rey cedió. Así, a diferencia de otros líderes árabes, rápidamente aceptó enmendar la Constitución en un popular discurso televisado, aunque imponiendo una condición: el proceso tendría que llevarse a cabo en el marco de los términos que el régimen mismo fijara. Un movimiento que expertos como Steven Cook aún destacan por su eficiencia.

Una nueva Constitución

Como resultado, la Carta Magna tenía como objetivo principal reducir los poderes del rey, lo que a su vez permitirá la progresiva definición de un nuevo sistema en el que el presidente del Gobierno (en realidad un Primer Ministro, figura similar a la que define la Constitución Española) debe ser nombrado por Mohammed VI entre los miembros del partido que obtenga la mayoría de escaños en el Parlamento. El Presidente se ve a su vez dotado de poderes con un mayor peso; será el encargado de nombrar a sus ministros, e incluso de disolver el Parlamento en determinadas circunstancias. El texto también garantiza la independencia del poder judicial, aunque los jueces se erigen hoy en día como una importante porción de la oposición que aún hoy niega todo valor al documento. Un fundamental paso simbólico: mientras que el viejo texto afirmaba que “la persona del Rey es inviolable y sagrada”, la nueva Constitución no define la persona del Rey como “sagrada”, sino únicamente como “inviolable”. Así, la Carta se caracteriza por instaurar lo que en los sistemas occidentales consideramos un “equilibrio de poderes” básico para cualquier democracia.
El referéndum del 1 de julio aprobó abrumadoramente la Constitución y la mayoría de actores, tanto en el interior como en el exterior del país (salvo ciertas figuras de la oposición), se mostraron satisfechos con el resultado. Siguieron las elecciones correspondientes el 25 de noviembre, en la que el partido islamista moderado, Justicia y Desarrollo (PJD), ganó con un amplio margen, logrando lo que algunos proclamaron “un hito sin derramamiento de sangre en la región”.

Una transición difícil

El Gobierno islamista, no obstante, hoy en día se ve asediado por múltiples acusaciones: ser demasiado inexperto, al igual que sus equivalentes en Túnez y Egipto, ignorar las promesas que hicieron en su momento, sobre todo la relativa a la puesta en marcha de una autentica reforma constitucional… En este sentido, algunos creen que tienen miedo a cualquier tipo de confrontación con el rey. El primer ministro Abdelillah Benkirane parece reiterar constantemente su lealtad al rey, pero al mismo tiempo culpa a una mano invisible de “socavar cada esfuerzo proveniente del Gobierno”. Una pregunta clave ronda desde hace tiempo la mente de varios analistas: ¿la “tercera vía” de los islamistas representa una alternativa real, o un mero cambio cosmético que en verdad equivale a conservar el status quo (en este sentido, The Arabist habló de una “simple reordenación de los muebles”)?
La verdad es que las cosas no han cambiado mucho; el poder sigue recayendo, en última instancia, en manos del Rey. El monarca continúa siendo presidente del Consejo de Ministros, encargado de aprobar todas las leyes, así como del Consejo de Ulemas (organismo que controla el contenido de las fatwas y supervisa los sermones en las oraciones del viernes). Él Monarca tiene el derecho exclusivo de dirigir los asuntos de “importancia estratégica” (militares, de seguridad y religiosos) y posee todos los poderes otorgados en virtud de su condición de “Comendador de los Creyentes” y descendiente del profeta Mahoma. El Rey también preside el Consejo Superior de la Magistratura, al igual que un nuevo Consejo de Seguridad Nacional.
Como sí lo anterior ni fuera suficiente, sectores fuertemente vinculados con el régimen anterior forman parte del Gobierno del PJD, haciendo así hincapié en el hecho de que no ha existido en realidad una ruptura total con la situación anterior. Para muestra un botón: la oficina del Primer Ministro Benkirane aún forma parte de las instalaciones del Palacio Real.
Más preocupante aún resulta que, a pesar de varias reformas intermitentes a las que se dio inicio bajo el reinado del padre del Rey, Hassan II (recordado y odiado sin embargo por la mayoría de los marroquíes por un represivo y a menudo brutal gobierno), Marruecos se enfrente hoy en día varios problemas: una terrible situación económica, una alarmante caída del turismo, una preocupante disminución de las remesas provenientes de Europa, una frustrante y demasiado extendida corrupción (sobre todo en el seno del círculo íntimo del Rey, el denominado “Majzen”), una situación social crítica, un analfabetismo rampante, constantes violaciones de derechos humanos (denunciadas, entre otros, por un reciente informe de Naciones Unidas en el que se señala que la tortura en Marruecos es “sistemática en los casos de manifestantes contra el gobierno y acusados ​​de terrorismo “). El principal lema electoral del PJD era sin embargo “Todos contra la corrupción y el absolutismo”.

¿Revolución a la vista en Marruecos?

El descontento, enormemente extendido entre tres grupos clave como son los jóvenes, los salafistas y el controvertido movimiento islamista republicano “Justicia y Caridad”, se hace sentir con cada vez mayor fuerza en el reino, pero… ¿derivará éste en un cambio radical, en un auténtico levantamiento? Ciertos signos auguran lo peor: una oposición demasiado dividida, una profunda corriente conservadora que prioriza la estabilidad por encima de todo, representada por la lealtad hacia el Rey y, sobre todo, los resultados sombríos que están cosechando las “revoluciones” en los países vecinos. Digno del conocido Gatopardo viscontiano, algo cambió en Marruecos para que todo siguiera igual.

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