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¿Una primavera iraquí?

Desde la intervención americana en 2003, Irak ha ido apareciendo de forma regular, aunque no destacada, en las noticias. La estabilidad no se ha afianzado en el país, sumido en una devastadora violencia sectaria, en la miseria y en el descontento social en los últimos años e incluso décadas, un país constantemente al borde de la guerra civil. ¿Qué está sucediendo exactamente en la actualidad, y cómo puede esto vincularse a la historia reciente del país?

Descontento generalizado en Irak

Durante las últimas semanas, miles de protestas han tenido lugar en zonas dominadas por los sunitas, en particular al norte y al oeste de Bagdad, protestas exigiendo que se veas satisfechas principalmente dos demandas: la liberación de cientos, si no miles, de presos acusados ​​de terrorismo en virtud de las leyes aprobadas en el marco de la “guerra contra el terror”, pero en opinión de muchos, detenidos por animosidades sectarias (la mayoría de ellos fueron puestos en libertad hace unos días, tras haber admitido las autoridades que algunos de ellos fueron detenidos “ilegalmente”, culpando sin embargo a los burócratas de tales fallos) y la renuncia del presidente chií Nuri Al-Maliki. Al igual que hacían sus hermanos árabes en los países vecinos, los manifestantes también exigen una mejora de su situación económica, que se ponga fin a la marginación y la “guettoización” de las minorías, una mejor educación, una mayor transparencia, la creación de puestos de trabajo y, sobre todo, justicia e igualdad. Las protestas han sido encaradas por las autoridades con un auténtico “enfoque de palo y zanahoria”: Maliki anunció que procedería a la liberación de los presos, pero también amenazó a sus opositores, acusándoles de haber sido secuestrado por grupos que en verdad pretenden perjudicar el interés nacional, y advirtiendo que está en poder de recurrir legítimamente a la fuerza, ya que tales acciones “violan la Constitución “.
Las manifestaciones han aumentado en tamaño e intensidad, sobre todo en el seno de la minoría sunita, aquella que controlaba las riendas del poder bajo el derrocado dictador Sadam Hussein pero blanco de la mayoría de actos de violencia tras la intervención de Estados Unidos y la consecuente caída del tirano, y han coincidido con una serie de ataques contra políticos y reuniones chiíes, generando así hondas preocupaciones de que se puedan reanudarse los episodios sangrientos de 2006. Algunos piensan que estas manifestaciones están relacionadas únicamente con una enemistad profundamente arraigada en la sociedad iraquí, en particular dado que una consecuencia inmediata ha sido la persecución de altos rangos sunitas y personas de su entorno (en particular en el marco de las fuerzas de seguridad) a menudo utilizados como chivos expiatorios (esta vez se trataba del Ministro de Finanzas sunita, mientras que el año pasado fue el vicepresidente Tariq al-Hashimi quien estuvo involucrado en este tipo de acoso, viéndose éste finalmente obligado a huir del país, antes de ser juzgado en ausencia y condenado a muerte). Sorprendentemente, las manifestaciones han recibido incluso el respaldo de un polémico clérigo chiita populista, Muqtada Al Shadr, que ha llegado a amenazar la llegada de una “primavera iraquí”. Por otra parte, y al contrario que en ocasiones anteriores, las tensiones no han disminuido gracias a la intervención del Presidente kurdo, respetado y apreciado por sus dotes de mediador éxitoso, todavía enfermo tras sufrir un derrame cerebral el pasado mes de diciembre. Por lo tanto, ¿se trata de un mero caso de levantamiento sectario, o se enfrenta el estado a un despertar nacional más serio? ¿El objetivo de este último es sólo el presidente Maliki, o está todo el Gobierno en peligro?

La controvertida figura de Maliki

El presidente iraquí, cuyo partido, Dawa, domina la Alianza Nacional de amplia mayoría chií, se erige hoy en día como una figura extremadamente controvertida. En los últimos tiempos, se ha mostrado cada vez más autoritario, corrupto y antidemocrático, hasta el punto de que The Economist lo ha llegado a denominar un “aspirante a dictador”. Las elecciones provinciales (primera votación desde que los estadounidenses se retiraron del país) se celebrarán en abril próximo, y parece que el señor Maliki ya está maniobrando con el objetivo de dejar de lado a sus rivales sunís, pero también chiítas. Estas acusaciones no resultan tan sorprendentes si se tiene en cuenta que Maliki, que asumió el poder en 2006, obtuvo un segundo mandato como primer ministro en 2010 en medio de un proceso porfiado que se puso en marcha tras una ronda de elecciones parlamentarias que arrojaron resultados no exactamente transparentes. En efecto, el Presidente ha sido también acusado de alimentar las crisis ya existentes o incluso de abrir nuevos frentes con el fin de mantenerse en el poder, sobre todo cuando se trata de avivar las tensiones sectarias entre chiíes y suníes. Maliki también ha contribuido recientemente al recrudecimiento de las relaciones entre entre Bagdad y Erbil, capital de la norteña región autónoma kurda rica en petróleo, que aún reclama más territorio y poder, donde las tensiones se incrementaron después de que el jefe de gobierno enviara soldados a los territorios kurdos en diciembre pasado.
Como si eso no fuera suficiente, el Primer Ministro se ha vuelto radical en todo lo referente a prestar apoyo (tanto moral como físico) a la represión de Assad, así como más y más dependiente del apoyo de Irán (algunos de los mítines llaman a “la caída de la alianza Safavid-persa”), demostrando claramente que cualquier conflicto en Irak pude bien ser considerado como uno de los muchos efectos indirectos de la guerra civil en Siria. Militantes sunitas han cruzado la frontera siria para luchar contra el régimen de Assad durante meses. Ahora, los chiítas iraquíes se están uniendo a la batalla, pero en el lado del gobierno, aumentando la probabilidad de que se renueve un larvado conflicto civil. Ya como consecuencia inmediata del conflicto sirio, la violencia ha aumentado en el país y se dice que Al-Qaeda ha resurgido allí. De hecho, y a pesar de que mucha gente apuesta por que un efecto dominó se cobrará un precio enorme en el Líbano, lo más probable es que la mayor carga del conflicto regional recaerá sobre la población iraquí. A diferencia de un Líbano que ha soportado años de devastación durante la guerra, Iraq es un país donde las diferentes facciones no han aprendido todavía a mantener un equilibrio real de poder y evitar así un conflicto en toda regla.
En efecto, el fuerte contraste entre el Líbano e Irak debe ser subrayar. A pesar de que fue una carta ampliamente aclamado por un gran número de expertos en todo el mundo, la Constitución de 2005 (que Karl Loewenstein seguramente habría denominado un “texto nominal”) no ha dado muestras de ser capaz de reconciliar a facciones rivales o, para el caso, de garantizar ninguna clase de estabilidad y respiro a la población. El objetivo principal de la Carta era poner en marcha un sistema de equilibrios sectarios, garantizando un papel representativo, tanto para los chiítas, como para los sunitas y los kurdos. Ello, sin embargo, dio paso a un sistema clientelar donde lo que parece importar es el dominio de la retórica, la afiliación sectaria, la construcción de redes de influencia, el control de los medios de comunicación y, sobre todo, el aferrarse al poder.

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