Israel celebra hoy, 22 de enero de 2013, elecciones anticipadas y el país se ha estado preparando para ello durante las últimas semanas (algunos maliciosamente murmuraron que la guerra con Gaza en noviembre pasado representó un mero acto de campaña para el gobierno de turno). El actual Primer Ministro Benyamin Netanyahuconvocó elecciones legislativas anticipadas principalmente debido a un aumento preocupante del déficit presupuestario y la consiguiente incapacidad del Gobierno en el poder para sacar adelante delicados recortes al estilo de los que hace dos años llevaron a un pseudo-levantamiento que algunos denominaron, quizás precipitadamente, la “Primavera israelí“.
Las encuestas de opinión indican que Likud, el partido de centro-derecha de Netanyahu, que se presenta en lista conjunta (ingeniosamente denominada “Biberman” por la prensa del país) con un partido laico ultra nacionalista llamado Yisrael Beitenu (“Israel, nuestra casa”) encabezado por el polémico ex Ministro de Asuntos Exteriores Avigdor Lieberman, probablemente obtenga los votos suficientes para formar un nuevo Gobierno. No obstante, tales encuestas también han demostrado en los últimos días que la creación de tal bloque extremista puede sin embargo producir el efecto contrario y asustar a los votantes de centro, lo que conllevaría por tanto ganancias para los partidos de centro-izquierda y los ortodoxos de extrema derecha, lo que podría producir un curioso efecto desestabilizador en el panorama político poselectoral.
Por otro lado, aproximadamente el 15% de los votantes siguen indecisos. ¿Podría un inesperado desplazamiento de votos afectar significativamente al resultado de las elecciones? La pregunta central no es, pues, quién va a ganar, como ocurre con la mayoría de elecciones, sino por cuántos votos y, en particular, qué partidos conformarán finalmente un gobierno de coalición que casi con total seguridad será ultraderechista y de línea dura. A lo largo de toda la historia de Israel, ninguno de los partidos más votados ha sido capaz de obtener una mayoría absoluta, y todos se han visto por lo tanto obligados a formar amplias coaliciones. Estas elecciones no serán una excepción, pero en este caso los hacedores de reyes serán sin duda partidos religiosos extremistas de extrema derecha. Atrás quedaron los años de gobiernos dominados por los laboristas, se han ido los esperanzadores días que siguieron a los acuerdos de Oslo e hicieron creer al mundo que la paz era posible.
Nada menos que 34 partidos han presentado los candidatos para los 120 escaños de la Knesset, aunque se espera que menos de la mitad obtenga el porcentaje mínimo del total de votos necesarios para tener derecho a un escaño en el Parlamento israelí. Todas los partidos se han centrado principalmente en cuestiones sociales y económicas, eludiendo descaradamente, o incluso ignorando, cualquier tipo de mención al conflicto israelí-palestino, sin ningún lugar a dudas la patata caliente en la política israelí.
La alternativa a una alianza Likud-Yisrael Beiteinu probablemente vencedora hubiera sido una coalición centrista que no hubiese apostado por la creación/reconocimiento de un Estado palestino, sino en la mera separación de judios y árabes, y la concesión de un cierto grado de autonomía a estos últimos con el objetivo de asegurar la predominancia judía en gran parte de la “Palestina histórica”. Tal plan no se llevó a cabo y la oposición no logró unirse en torno a un solo candidato, o incluso ponerse de acuerdo en una agenda común. El bloque de extrema derecha, por su parte, cree que es posible obtener y aferrarse a mayores extensiones de territorio, esto es, controlar completamente el territorio palestino – por medio, en algunos casos, de la completa expulsión de sus habitantes. Sin embargo, la verdad es que en el fondo tales diferencias no importan: al final del día, todos los gobiernos, incluidos los de izquierda, han construido asentamientos y han apoyado la tan criticada colonización.
Izquierda y derecha en Israel
Muchos creen que en realidad no es necesario que los programas electorales de los partidos reflejen sus posturas sobre el tema, y que todo depende de su tendencia hacia la derecha o la izquierda. Tal y como ocurre con la política de Estados Unidos, la derecha y la izquierda no se puede asimilar con sus equivalentes en Europa: mientras que la derecha considera que la paz con los palestinos nunca se hará realidad y que los esfuerzos deberían por lo tanto centrarse en la protección de la población, sin alterar así el status quo, la idea de izquierda tiene que ver con la defensa de una postura menos beligerante hacia las negociaciones de paz condenando, aunque tímidamente, la construcción de asentamientos y abogando, la mayor parte de las veces, por la necesidad de conceder mayores derechos fundamentales tanto a los árabes israelíes como a los palestinos.
Y, también al contrario de lo que suele ocurrir en Europa, la mayoría de votantes israelíes, incluso si no pueden ser realmente definidos como religiosos, están todavía tremendamente influidos por la religión. En términos generales, podría decirse que el electorado israelí está dividido en dos grandes grupos: un grupo predominante que vota centro-derecha, en gran parte porque el número de ultra-ortodoxos judíos votantes continúa creciendo por razones demográficas, mientras que el número de personas que votan a la izquierda disminuye año tras año. La sociedad israelí es una sociedad extremadamente fragmentada en la que los diferentes bloques destacan por atrincherarse en sus posiciones y votar por líderes que tienden a defender nada más que los intereses y privilegios de sus votantes.
Nuevos planes en Israel
Netanyahu, con la intención tanto de depender menos de partidos de extrema derecha en esta legislatura, y obtener así una mayor libertad para fijar políticas y definir su legado, como de evitar la inestabilidad crónica de los gobiernos de coalición en el pasado, rompió los lazos con una aliado tradicional (junto con otros partidos nacionalistas extremistas) del Likud, un partido nacionalista religioso llamado Hogar Judío (liderado por la nueva estrella fugaz de la política israelí, Naftali Bennett), que se opone al establecimiento de cualquier tipo de Estado Palestino, y que ha ido ganando terreno según las últimas encuestas. Dos recién llegados parecen haberse convertido en una opción cada vez más atractiva para amplios sectores de la población: el “Partido del Movimiento” y “Partido Hay un futuro”, y se rumorea que ambos están cortejando a la coalición de Netanyahu con la vista puesta en el próximo gobierno. Este ultimo, sin embargo, sigue mostrándose reacio a crear una alianza con partidos que en alguna medida podrían ser favorables a la reanudación de conversaciones de paz, enfureciendo así tanto a colonos como a extremistas.
Lamentablemente, el Partido izquierdista Kadima, el partido en el poder justo antes de la legislatura de Netanyahu e históricamente encabezado por el ex Primer Ministro Ehud Olmert (que algunos creen que puede resucitar como figura política después de las elecciones tras haber sido absuelto de varios cargos de corrupción), la esperanza de muchos en el Occidente, se ha fragmentado enormemente y, probablemente, obtendrá un mero puñado de escaños. A pesar de estos malos resultados y de acuerdo con varias encuestas, un bloque de centro menos derechista conservará casi exactamente el mismo número de escaños, gracias a las exitosas campañas del Hatnuah de Tzipi Livni y del Yesh Atid de la estrella de televisión Yair Lapid. Por último, pero no por ello menos importante, el desaliento entre los votantes árabes israelís podría hacer que los votos de los partidos árabes, ya de por si marginados, disminuyan en una proporción considerable.
El centro se desplazará ligeramente hacia la izquierda y la derecha tenderá aún más hacia extremos radicales. No es de extrañar que casi nadie haya estado siguiendo la campaña, ni que casi nadie haya mostrado una preocupación excesiva por los resultados. Sin embargo, tanto los propios israelís como la comunidad internacional deberían prestar más atención, pues los problemas a los que Israel deberá enfrentarse no desaparecerán, sino todo lo contrario. Tampoco lo hará el dilema palestino.
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