Esta pregunta tan general puede plantearse cuando se habla de
cualquier país del mundo (y en particular, a la hora de hablar de España
en la actualidad), pero un supuesto que puede ilustrar a la perfección
este debate es seguramente el Líbano, un país increíblemente heterogéneo
del que podría decirse que ha estado (y sigue) en construcción desde
hace varias décadas. ¿Y cuál es uno de los elementos más importantes
cuando se aborda la creación de una identidad nacional, de acuerdo
especialmente con la denominada “doctrina alemana”? Exacto: la Historia.
En efecto, las autoridades en Líbano han luchado por crear una historia
unificada desde el fin de la sangrienta Guerra Civil
que asoló el país y dejó a su paso muchas cicatrices, tanto físicas
como psicológicas (algunas de ellas se abren de vez en cuando, como
ocurrió por ejemplo con el atentado que tuvo lugar en Beirut en el mes
de octubre) .
Uno de los sellos distintivos de los Acuerdos de Taif de
1989 que pusieron fin al conflicto (una de las pocas ocasiones en que
la Liga Árabe medió exitosamente a lo largo de su controvertida
historia) fue el llamamiento a una educación cívica uniforme en todo el
territorio, con el fin de promover una (todavía frágil) unidad nacional.
Este consenso fue sin embargo ignorado, lo que condujo a considerables
lagunas educativas en la evolución de las siguientes generaciones, en
particular con respecto a todo lo que giraba en torno a la cultura
general nacional de todos aquellos que hubiesen accedido a
establecimientos públicos (el Líbano es un país en donde abundan los,
por así decirlo, elitistas colegios privados bilingües).
En virtud de los Acuerdos de paz, un grupo de alto nivel compuesto
por, entre otros, los historiadores más destacados del país presentó al
Ministerio de Educación un plan de estudios que podía considerarse apto
para libaneses de todos los orígenes. Sin embargo, el entonces Ministro
de Educación (todavía marcado por el muy reciente conflicto y los
temores de réplicas que aún hoy acechan al país) no estaba de acuerdo
con una de las interpretaciones históricas y se negó a permitir que el
libro de texto entrara en circulación.
Como resultado, el plan de estudios que se sigue aún en la actualidad
fue acordado en el sendo de un polémico Comité cuyos miembros eran
principalmente autoridades políticas y religiosas que, de un modo u
otro, habían estado involucradas en la toma de decisiones previas a los
diversos conflictos que venían devastando el país, dando lugar a un
compendio cuanto menos discutible. Para muestra un botón: la expresión “Revolución del Cedro”
(en referencia a las manifestaciones generalizadas que dieron lugar a
la expulsión de las fuerzas de ocupación sirias en 2005) ha sido
suprimida del plan de estudios, a pesar de que muchos consideran que
precisamente tal levantamiento, protagonizado por cientos de miles de
libaneses provenientes de diferentes facciones, podría representar un
valioso símbolo unificador.
El contenido de los diferentes libros de historia aprobados por el
Gobierno y utilizados en establecimientos dominados por una u otra
facción depende de la afiliación religiosa de la escuela (en particular,
destaca una marcada diferencia entre los eventos según se expliquen a
jóvenes musulmanes o cristianos, como por ejemplo cuando se describe a
los colonizadores franceses como libertadores o represores, o se retrata
a los otomanos como conquistadores o como administradores). Y el colmo
es que la mayoría de los libros de historia detienen bruscamente sus
lecciones en 1943, año en el que el Líbano se convirtió en un país
independiente. Consecuencia: si a los niños no se les enseña Historia
moderna, no es de extrañar que los adultos no puedan hoy en día ponerse
de acuerdo a ese respecto.
Este vacío deja por lo tanto las tareas, tanto de enseñanza como de
interpretación de los acontecimientos históricos, en manos de los padres
de los niños (o peor aún, de los líderes religiosos de cada comunidad),
fortaleciendo por tanto puntos de vista sectarios totalmente
contradictorios entre las nuevas generaciones del país, y creando así un
caldo de cultivo perfecto para luchas internas en el futuro. A veces,
las lecciones de Historia se eliminan o acortan con el fin de evitar
conflictos entre los estudiantes, especialmente cuando se trata de
explicar la guerra que duró 15 largos años. Evidentemente, los niños
terminan identificándose con sus comunidades y no con su nación. Se
trata de un tema extremadamente sensible pero, como ocurre con otros
asuntos delicados, a veces lo más sensato sería abordar el problema con
los propios niños: dejar que los alumnos aprendan cuáles son las cosas
que los unen, qué es lo que en el pasado ha enfrentado a sus
predecesores, y así permitirles descubrir cómo ésto último puede ser
evitado de una vez por todas, e impulsar que todo ello lo hagan juntos.
Quizás así el Líbano (quizás así todos los países) tengan la oportunidad
de dar forma a una nueva generación que camine de la mano hacia la paz.
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