Pocos análisis sobre Oriente Próximo circulan hoy en día que no hablen de Guerra Fría al referirse al enfrentamiento en varios frentes, pero nunca cara a cara, entre Irán y Arabia Saudí como líderes respectivos de los bandos chiita y sunita. Una simplificación ante la que me resulta difícil no rebelarme, y contra la que por primera vez me posiciono en público. Nadie duda que Irán es uno de los peones privilegiados dentro del ajedrez de las relaciones internacionales. No es menos cierto que su situación interna atraviesa momentos delicados. El antiguo Imperio persa se erige, además, como beneficiario indiscutible de los levantamientos que -a partir de 2011- sacudieron la región. Cuenta con un protegido, como es Hezbollah, que no sólo se perfila como uno de los pilares de la (pobre) gobernanza en el Líbano, sino que lucha codo a codo con el régimen sirio en el conflicto que desfigura el país y sus fronteras. Assad sigue siendo de hecho uno de los aliados más fieles de la República
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