“Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”, dijo en su día Jorge Luis Borges. Cuando tu principal enemigo está en casa y está tan imbricado con tu misma de razón de ser, no es de extrañar que te sea difícil avanzar y luchar contra el enemigo exterior. Es éste el caso de la causa palestina, que no se conforma con chocar una y otra vez contra el muro de la intolerancia israelí, sino que se ve continuamente erosionada por las diferencias y luchas cainitas en el seno de la propia élite palestina. El ejemplo más significativo es la guerra – no por coincidencia denominada “guerra entre hermanos” – entre Hamas y Fatah, que estalló cuando los primeros se proclamaron vencedores de las elecciones que la Franja de Gaza había celebrado en enero de 2006.
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